Espacio exterior, espacio interior

La ciencia es Dios, pero con aplicaciones prácticas. También es de fabricación humana, también es insondable y también intenta, en la medida de lo posible, alcanzar la omnipotencia. Y fuera de la jerarquía de investigadores, es inescrutable. No la entendemos y nos genera el asombro de la magia y la superstición de las conspiraciones. Nadie es capaz de evitar asomarse a un telescopio o un microscopio y, en cierta medida, siempre nos decepcionan las explicaciones. Esta semana, la Agencia Espacial Europea (ESA) nos ha regalado el primer aterrizaje sobre un cometa de un artilugio humano. La sonda Philae partió de la nave Rosetta para posarse sobre el 67/P Churyumov-Gerasimenko. La noticia estaba a 500 millones de kilómetros de la Tierra. Para los responsables de la expedición, se trata de una aproximación al material más antiguo que puebla el Universo. Para los demás, una escena de película, una emoción compartida y un orgullo de pertenencia a la especie. Que falta nos hace.

Probablemente, alguno de los 164 hikikomori españoles que han sido estudiados por el Hospital del Mar de Barcelona siguió el pasado miércoles la emisión de la hazaña espacial. Bastaba un ordenador y conexión a internet. 164, una cifra inquietante. Quizá la cantidad necesaria para vitaminar los datos sin llegar a aburrir con el recuento. Es igual a la suma de pasos necesarios para llegar al café de la esquina, a la de pulsaciones tras un sprint, a la de olas que baten sobre la costa mientras te fumas un cigarro. Apenas catorce minutos menos de los que hacen falta para ver El Padrino. Pero en principio, salvo en el caso de la película de Coppola, los hikikomori no han accedido nunca a estas experiencias. Porque jamás abandonan su habitación. En algunos casos, según el estudio, mantienen hasta treinta años de reclusión voluntaria.

Habitación

La soledad nos asusta más que la ignorancia.

Hikikomori

Los ‘hikikomori’ están aislados, no solos.

A lo mejor, uno de ellos asistió al espectáculo del vacío sideral. Sin luz, sin gravedad, sin sonido. Sin esa sociedad que tanto les espanta y de la que se esconden como los niños tras las cortinas. Están ahí, pero no quieren que los veamos. Pero no están solos, ni quieren estarlo, porque necesitan a sus padres para sobrevivir. La soledad es otra cosa muy distinta y nos asusta más que la ignorancia. La nuestra y la ajena. Escapa de nuestro instinto de manada. No comemos solos en un restaurante, no vamos solos al cine, pero sí nos gusta escapar de vez en cuando. Los hikikomori son la expresión extrema de la escafandra social. En Occidente responden a otros traumas psiquiátricos, pero en Japón solo son reclusos que guardan las llaves de su propia celda. Víctimas, tal vez, de la incomprensión del entorno. Pero también de la presión que impulsa a que nos relacionemos, a menudo, más de lo que deseamos, enfebrecidos por el creciente aislamiento que producen las nuevas tecnologías. La soledad, como opción, es un tabú vinculado a la tristeza. Quizá si dejamos de estigmatizarla de base, dejen de ser monstruos las sombras del pasillo y el eco de nuestra voz. Seguro que lo logramos. Si hasta hemos aterrizado en un cometa.

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2 pensamientos sobre “Espacio exterior, espacio interior

  1. Siempre estas reflexiones dan mucho para pensar, todos somos un poco de hikikomori en algunas etapas de nuestras vidas, en especial los que tenemos una visión cosmopolita del universo, a los que nos preocupa el ser humano y su vinculación con el medio ambiente, la sociedad actual aísla “bullyingueramente”, valga el término, a los seres pensantes, la mayor parte de la humanidad no se cuestiona ni se ocupa del otro, y eso es preocupante, el desinterés, la apatía, aquel pensamiento: si no me afecta directamente, que se ocupen otros, van encerrando en un caparazón a los bien intencionados pensantes.
    No es que sienta que estos últimos son una pequeña elite en este universo de humanos abocados al diario vivir como pueden o como los dejan, pero bienvenidos “hikikomoris”, que algún día saldrán de su aislamiento y serán formadores de nuevas y esperanzadoras filosofías de vida que tendrán al individuo como centro y eje de un mundo más justo, más sano y sustentable.

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