Tango y sal

(Estás desorientao y no sabés qué trole hay que tomar para seguir. Y en este desencuentro con la fe querés cruzar el mar y no sabés)*

Esta no es la historia de Manfred. Manfred se embarcó rumbo a la nada y encalló en la nada. Manfred se convirtió en estatua de sal de tanto mirar atrás. Manfred naufragó antes de naufragar, con eso debería bastarle a cualquiera. Este es el tango que hay dentro de la historia de Manfred, un tango en el que duelen hasta los zapatos y en el que el bandoneón suena a bandada de gaviotas con hambre. Porque el tango es el vacío que queda cuando te arrancan el alma como quien extirpa un riñón para el mejor postor. Y a Manfred le escribieron un tango cuando aún jugaba con la nieve en su Alemania natal y su madre estofaba cordero en una cocina con las ventanas empañadas y su padre traía a casa muy de vez en cuando un cochecito de metal envuelto en papel de estraza. Mucho antes de que se casara con Claudia. Muchísimo antes de que todo se torciera y pudiera maldecir a los tangueros que nunca escriben en alemán sus instrucciones para fracasar.

Desencuentro(Qué desencuentro! Si hasta Dios está lejano! Llorás por dentro, todo es cuento, todo es vil)

Pero quiso escapar del frío y de la Claudia que hay en todos los tangos y de los demonios que buscan comida tras limpiarse con la manga la boca llena de restos del último pecador. Y quiso sortear las olas en el Índico, probar el sabor de los peces de Filipinas, emborracharse sentado a popa y recordar cada noche el frío y a Claudia y a los demonios, sin acordarse de la mentira de que había embarcado para olvidar. Olvidar que una vez perdió el rumbo, que el calor no descongela las almas muertas y que por cada paladín que rescata a la princesa hay miles de cadáveres con armadura que pavimentan la guarida del dragón.

(Quisiste con ternura y el amor te devoró de atrás hasta el riñón. Se rieron de tu abrazo y ahí, nomás, te hundieron con rencor todo el arpón)

Manfred huyó de las buenas intenciones, de las miradas comprensivas y de las amistades que en realidad nunca vivieron en su mismo barrio. Y quizá en algún momento saboreó un buen pescado en el vaivén de las olas mientras las gaviotas enfilaban el atardecer. Quizá pudo olvidar y por eso se sentó junto a la radio un año después de su última conexión, quizá decidió vivir, quizá decidió contar que una angina duele más que un desencuentro. Quizá decidió morir, pero el tango nunca se escribe en alemán y el alma vacía reclamó el coste del dolor y el calor acabó por convertirle en una estatua de sal de tanto mirar atrás y no llegó a tiempo de rescatar a la princesa de la guarida del dragón.

(Por eso en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir)

* Extractos del tango ‘Desencuentro’. Letra: Cátulo Castillo. Música: Aníbal Troilo

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