Hay una corriente dentro del ámbito de la Física que tiene como principal obsesión la demostración de la existencia de los universos paralelos. La comunidad científica ha escogido llamarlos, en castellano, los multiversos, que podría ser perfectamente el nombre del próximo disco de Melendi si no fuera por la complejidad de lo que enuncian y la importancia de lo que acarrearían. La idea es que la existencia de este entramado de mundos alternativos, que no se regirían por las mismas leyes de Newton o Einstein, entre otros, podría explicar algunos de los fenómenos de difícil comprensión del nuestro. No busquen más. Hay, al menos, un agujero cósmico empíricamente demostrable en el que la energía, el tiempo y el espacio tienen desencajados los límites, desbocadas las dimensiones y desregularizado el sistema de medidas. Se trata del periodismo.
Nada de lo que sucede dentro de un medio de comunicación encaja dentro de la norma que rige el universo terrestre. El tiempo cronológico es un absurdo en las redacciones de los periódicos de papel, el sonido cobra sustancia en las emisoras de radio y la televisión, como todo el mundo sabe, engorda. Por último, la aceleración del periodismo digital no solo consiste en viajar más rápido que la luz, sino que además escapa de cualquier regla sintáctica o morfológica. E incluso las que regían el viejo oficio, convirtiéndose así en una profesión que, como el gato de Schrödinger, existe y no existe al mismo tiempo. Por cierto, según los físicos antes mencionados, la célebre paradoja del científico austriaco sería una de las que se resolverían definitivamente con la teoría de los multiversos, ya que el gato estaría muerto en un universo y vivo en otro.
Una prueba irrefutable es la visión periodística de que está siendo un buen agosto. Simplemente, porque hay noticias que contar. Desde fuera de una redacción, son relatos del espanto, la fatalidad y la inconsciencia humanas, pero desde dentro se viven como la lluvia de maná en el desierto. Cae un avión en México y todas las personas a bordo sobreviven. Maná con buen final, como con un dulce retrogusto. Uno de los miembros de la Manada demuestra su sentido de la impunidad en un presunto robo con violencia de unas gafas de sol. Maná con final incierto, entre otras cosas porque los periodistas hemos armado un puzle con piezas de distintas cajas. Cae una red de pederastas que compartían imágenes de sexo brutal con niños. Maná con final atroz en el que los hechos acaecidos consiguen que ni los buenos acaben con una sonrisa en los labios, como en El hombre que mató a Liberty Valance. Unas cuantas desgracias más, bien espolvoreadas a lo largo del mes, y el terrible agosto resultará perfecto. Salvo en el plano terrenal, claro.