Infancias heridas

Apenas dos semanas ha tardado el nuevo año en magullar las infancias de varias generaciones. Primero lastimó la de los más pequeños cuando gracias a la Cabalgata de Madrid, se comprobó que los Reyes Magos no eran los padres. O, al menos, lo que algunos padres querían ser. Después, y sin orden cronológico, han ido engrosando la lista de heridos de diverso pronóstico la niñez de quienes soplan más de veinte velas, con la muerte de Alan Rickman, y la de los que ya no cumplen treinta, con la de David Bowie. Ambos fueron mucho más que el profesor Severus Snape en las adaptaciones al cine de la saga de Harry Potter o el Rey de los Goblins en la película Dentro del laberinto, respectivamente. Pero lo supimos después, al acumular vivencias sobre el barro maleable que nos regalaron. Por último, los de cuarenta años en adelante tuvieron que padecer el calco para colorear del séptimo episodio de Star Wars. Aunque este sea tan solo un rasguño que no reviste gravedad.

TobogánLo malo de la infancia es que se acaba y solo vuelve cuando ya no recordamos dónde está la marcha atrás. Lo malo de la época adulta es que comienza con un leve dolor de articulaciones que desactiva el sistema de frenado. Para avanzar en este holocausto de células que somos desde que nacemos, es conveniente conservar el asombro que nos permite ver un dragón volando donde nada más que hay un techo pintado de blanco. Mantener con aliento el elefante y la serpiente de Saint-Exupéry. Pero a cambio quedamos expuestos a golpes como los de esta quincena, pequeños sabotajes a los recuerdos y tan inoportunos como una invasión de piojos, un apagón en mitad de partida o un charco de barro a los pies de un tobogán.

La política trata de erradicar la creación de nuevos sueños. La pedagogía trata de convertirlos en intrascendentes. Pero lo bueno de la infancia es que es irreductible. Y Snape y el Rey de los Goblins seguirán tan vivos como el pirata Long John Silver, la princesa Elsa, el vaquero Woody o el último Huckleberry Finn ilustrado por Pablo Auladell. Son el anclaje al que nos aferramos para no sucumbir al tiempo tan deprisa. Nuestro árbol de la ciencia. La única manera posible de volver a sentirnos invencibles.

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