Ya no hay excusas. Ni posibilidad de esconderse. El cine crece tanto en la década de los 20 del pasado siglo que no queda otro remedio que elegir. Decantarse. Casi queda abolida la docencia pura, el repaso minucioso de los hechos y los días. En aquel momento, el mundo queda dividido entre la catástrofe de la Gran Guerra y la que está por venir. Entre todo lo que ha sucedido antes del crack del 29 y lo que también está por venir. Y el cine se ha convertido en un ente con vida propia que acaba por polarizarse. Hollywood se inclina claramente hacia el espectáculo, mientras que Europa bucea en la gramática del nuevo arte. La humanidad comienza a dividirse entre los que prefieren a Buster Keaton y los que están equivocados. Y en 1927, una película mediocre lo cambia todo. Es El cantor de jazz, de Alan Crossland. Al niño solo le faltaba hablar. Y, naturalmente, empieza balbuceando.
Cascotes a un lado y hambre en el otro. El planeta está débil y en la Alemania derrotada únicamente se alimentan de pesadillas. Mientras, en la cocina de Sigmund Freud, se sirven estofados de psique. Son dos de los ingredientes que se unen en el expresionismo, una corriente que habla de lo que no se puede ni mencionar. De lo que aún no se puede ni imaginar. Las sombras, no solo las que nacen de la luz, entran por la puerta que abrió Caligari y crecen con cineastas como Henrik Galeen, F. W. Murnau o Fritz Lang. Es tiempo de monstruos puestos a secar en el torbellino de miserias en que se ha convertido el centro de Europa.
No solo crean obras maestras. También viven relatos que trascienden los rodajes o los convierten en enigmas singulares. Es el caso de Max Schreck, el Nosferatu de Murnau, presunto vampiro en la vida real que no llega, sin embargo, a convertirse en el misterio más inexplicable de un rodaje lleno de niebla. O el de Metropolis, cuyo rescate final, en una copia encontrada repentinamente en Buenos Aires con el metraje completo ochenta años después de su estreno, puede pasar por uno de los golpes de fortuna más extraordinarios del cine. O la deuda permanente que un muchacho de Teruel llamado Luis Buñuel guardará con Der müde Tod, otra película de Lang a la que el cineasta español achacará su vocación profesional.
En otro punto de Europa, la miseria del pueblo y su levantamiento contra el poder protagoniza otro hito ineludible del cine. Los soviéticos prefieren el realismo y la propaganda para alimentar su filmografía. Lev Kulechov, Vsievolod Pudovkin y, hay que decantarse, Sergei Eisenstein, se apoyan en la burocracia para reinventar gramáticas y sentar las bases del montaje cinematográfico. Hay discurso, hay soflamas, hay ascuas arrimadas a la sardina del Kremlin. Pero también hay una madre que busca a su hijo en las escaleras de Odessa que jamás se puede olvidar, aunque solo se haya visto una vez El acorazado Potemkin.
Asegura Marcel Proust que en aquel momento, no se ama al cine por lo que es, sino por lo que va a ser. Y va a ser lo que dicten directores como Luis Buñuel, Carl T. Dreyer, René Clair, Jean Renoir, Alfred Hitchcock o Robert Flaherty, que asoman la cabeza en una década fructífera en la que solo con talento se puede uno salvar del naufragio generalizado. Y también será lo que dicte el cine norteamericano, que se hará definitivamente con el mando de la industria. Keaton y Chaplin alimentan todos los mitos mientras Harold Lloyd se cuelga de un reloj en El hombre mosca. John Ford comienza a cabalgar por el Oeste. Nace el género de gángsters con La ley del hampa, de Joseph Sternberg. Stroheim sucumbe a sus propias pesadillas después de legar a la posteridad Avaricia. Y se afianzan King Vidor, Howard Hawks, Ernst Lubitsch, y hasta los premios Oscar. El cine ya ha alcanzado su madurez expresiva. Ya es capaz de convertir un ratón, Mickey, en uno de los mayores iconos del siglo XX, guste o no. En breve, llegará el momento de cuidar de los diálogos y las voces, de tener en cuenta la paleta de colores. Pero, hay que decantarse, casi nada será ya igual a la época de oro del mudo.
https://youtu.be/EEDMO8iwLsM
Películas (1920-1929)
- Nanook, el esquimal (Robert J. Flaherty, 1920-22)
- El chico (Charles Chaplin, 1921)
- Nosferatu (F.W. Murnau, 1922)
- Avaricia (Erich von Stroheim, 1923)
- El acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1925)
- El maquinista de la General (Buster Keaton, 1926)
- Metropolis (Fritz Lang, 1926)
- Amanecer (F.W. Murnau, 1927)
- La pasión de Juana de Arco (Carl T. Dreyer, 1927-28)
- Un perro andaluz (Luis Buñuel, Salvador Dalí, 1929)