El monstruo interior

A doscientos años de la creación de Frankenstein, aún no podemos conseguir que un cadáver nos asuste al asomarse a la ventana de nuestra cocina. Pero estamos a punto de lograr que una mano cálida nos masturbe tras apretar un botón del mismo mando a distancia que usamos para activar el aire acondicionado. En los tiempos de Mary Shelley, aún estábamos planeando la toma por asalto del primer escalafón de la jerarquía universal. Ahora que ha prescrito el asesinato de Dios, nos dedicamos a saciar nuestros instintos y caprichos como Zeus, para quien la omnipotencia consistía en transformarse en animal para violar a una humana, mientras sus compañeros en el Olimpo se dedicaban a la venganza, el rencor y los cuernos entre olivos.

FrankensteinEl futuro no era un Karloff con tornillos en busca de la comprensión de su creador ya desde que abrió los ojos y se deslumbró con las lámparas del laboratorio. El futuro era Pris, la androide sexual de Blade Runner, juguete para mineros que no podían salir a fumar después de cada polvo sin la necesidad de una escafandra. En una época en la que las leyes de enseñanza priorizan el emprendimiento y la salida laboral por encima del conocimiento puro, no toca la rebelión de Prometeo para entregar el fuego, el progreso, a los humanos; no toca el miedo al castigo divino desatado por la curiosidad de Pandora; no toca guarecerse el hígado del ataque del águila. No toca calibrar nuestras fuerzas para enfrentarnos a una creación injusta. Toca desparasitar nuestros orgasmos de sentimientos innecesarios y despenalizar nuestras parafilias mientras son otros quienes garantizan la pervivencia de la especie en nuestro camino científico hacia la eternidad y la conquista del universo.

Ya hemos escapado del terror gótico, ya ni siquiera necesitamos acordarnos de nuestras amantes muertas como Poe para dejar perdidas las sábanas de semen y alcohol. Ya podemos hasta enviar órdenes a las proteínas para que trabajen en nuestro beneficio. Ya no somos la resistencia, sino el imperio. Ya no desafiamos a ningún dios porque ya nos comportamos como ellos, saciamos nuestra hambre con tecnología, domesticamos nuestro sueño con tecnología, evitamos el rechazo con tecnología. Están de moda los zombies porque ahora sabemos que el monstruo habita en nuestro interior. Ahora que hemos desterrado todos los códigos, nunca se ha hecho tan necesario que volvamos a leer Frankenstein.

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