Náufrago por vocación

Atrapado por la ficción que en el colegio no me supieron enseñar, me he ganado la vida durante demasiado tiempo con la realidad. El suficiente para desarrollar un síndrome de Estocolmo de manos manchadas y ojos cansados. Pero me cansé de dar la espalda al mar y me he instalado en un faro. Sin brújulas ni cajas ni relojes. Sin varas de medir, sin voces al otro lado que siempre saben qué decir. Aquí no hay mapas del tesoro, pero tampoco balances de cuentas ni gráficas de barras. No caben las órbitas ni los microscopios. No existen las marcas en el calendario ni las razones, no hay criterios ni caminos que nunca acaban por llegar a ningún sitio porque cada día cambian las señales. Solamente hay luz y sombras. Horizonte, olas y soledad. Dentro y fuera. Y la única ley es que hay que mirar a los dos lados antes de aventurarse a cruzar. Como Rick en Casablanca.

Primer naufragio

Aquí no entran dioses si no vienen recomendados por Homero. Los únicos reyes los envía Shakespeare. Y todas las guerras las libra Coppola en un decorado que representa Vietnam. La ficción tiene pase pernocta, a la realidad se le exige disfraz para entrar. La política, la economía, el deporte o lo sucesos precisan maquillaje y nariz de payaso. Adoramos a los villanos con máscara, como Darth Vader. Preferimos a Vito Corleone a cualquier otro mafioso. Los asesinatos son siempre mejores cuando los reinventa Truman Capote. Hasta las mentiras suenan mejor si las canta Bob Dylan.

Aquí, leo las noticias, las escucho, las transmito, las invento, las escribo, las transformo, las interpreto o las trafico al por menor. Como en cualquier otro lado. Pero siempre convenientemente adulteradas, para que no parezcan simples verdades. Miento, fumo y trato de no cometer faltas de ortografía. Doy rodeos o atajo por donde no quepo. Es un intento desesperado por naufragar. Quiero ser el capitán de mi propio naufragio. Nadar entre maderos para poder elegir a cuál agarrarme. Aprender a sortear escollos, a aguantar la respiración, a desear llegar sano y salvo a la playa. Por vocación. Cada día. De momento, ya tengo un faro. Y es que, en la realidad, solo soy un impostor.

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