Un mensaje a la deriva

A Bea, intrépida tahitiana de Segovia.

De todos los mensajes que podemos encontrar en una botella perdida en la orilla, el más frustrante sería, posiblemente, el anuncio de una transacción inmobiliaria. Salvo, quizá, si precisamente estuviera dedicado a la aventura. Algo así como vendo mi cottage en la campiña inglesa para embarcarme rumbo a los Mares del Sur. Sí, ese estaría bien. Podríamos imaginarnos a un campesino victoriano, con las manos callosas y un fardo a la espalda, que deja atrás la casa en que nació para atravesar medio mundo con la única compañía de una pipa de maíz y una biblia. Podríamos pensar que se enrola en un mercante de las Indias, podríamos verle arrojar una botella de ron por la borda, más allá de las Azores, con el último pasquín escrito a mano, con su infantil caligrafía de mercader de trigo, con el espíritu renacido después de abandonar un legado que nunca quiso a cambio de un futuro que nunca adivinará.Mensaje

Hay más ejemplos, naturalmente. Está el de la muchacha holandesa que escribe cuentos por la noche que jamás le publicarán, a no ser que cambie su nombre por un seudónimo masculino. Y que un día, desde el puerto de Rotterdam, deja flotar un pomo de perfume con una minúscula cuartilla en su interior, en la que se puede leer la que considera su obra maestra con su redonda letra de escuela de señoritas. Podríamos pensar que busca el lector que nunca tendrá. Y que en su ensueño de escritora, prefiere que la recoja un estudiante pobre y con anteojos, músico frustrado, tal vez, que caiga rendido de amor ante el aroma femenino que quedó aferrado al fondo del botellín y que envuelve un texto que no entenderá, porque está escrito en un idioma ajeno.

Tenemos al náufrago que reduce sus esperanzas a las hogueras que enciende cada noche en el cerro más alto de la isla desierta donde encalló el único bote que se salvó de una fenomenal tormenta junto al Cabo de Hornos. Y que entrega al mar un frasco de tomates con el nombre de su barco, la fecha del temporal y una inabarcable sensación de soledad. Tenemos al niño malayo que simplemente juega con sus amigos a ver quién consigue antes que su nombre lo pronuncie un pescador de ostras. O la niña hawaiana que envía su número de móvil envuelto en corazones de colores con la intención de que lo recoja un pequeño japonés, o puede que chileno, y así entablar una amistad que con el tiempo permitirá un intercambio de experiencias. Tenemos incluso la posibilidad de que el corazón solitario de la canción de Sting estalle en un recipiente de vidrio al abrir un atún del Mar del Norte o un iceberg de la Antártida.

Pero a veces, a la vida le da por salirse de nuestros sueños. Y el mensaje en una botella más antiguo, hallado hace poco en las costas del Oeste de Australia, es simplemente el experimento del capitán de un navío alemán, empeñado en descubrir cómo funcionan las corrientes en el Índico. Algo habitual entre los navegantes de hace siglo y medio, al parecer. Habrá que buscarle un enigma al asunto. También hay magia en la tabla periódica de los elementos. Seguro que hasta el alma más empírica sabe que toda la imaginación del mundo cabe en una botella a la deriva. Con un mensaje en su interior.

Un comentario en «Un mensaje a la deriva»

  1. Ains….la esencia de Los Mares del Sur. Yo también me dejaría arrastrar por las corrientes del Índico y me perdería en una playa tranquila como aquellas que pisó Stevenson, Gauguin!
    Gracias por la dedicación. Me ha hecho muy feliz!

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