Uncharted 4: Drake lee a Defoe

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Nathan Drake revisa su documentación en una captura del videojuego ‘Uncharted 4’. / Cedida por PlayStation

Si pones en tu currículo que eres descendiente directo de Sir Francis Drake, no puedes ser más que un aventurero cazafortunas, un ladrón de tesoros con conocimientos de arqueología, con facilidad para descifrar enigmas y con más puntería que escrúpulos. Si además eres leal con tus amigos, algo temerario y aceptas perder con deportividad lo que la leyenda no quiere entregarte, no puedes ser más que Nathan Drake, el protagonista de una de las sagas más famosas de la industria del entretenimiento de los últimos tiempos, la de los videojuegos Uncharted. Desarrolladas por la firma Naughty Dog para la PlayStation de Sony, las andanzas de Drake han llegado a su fin con la última entrega, Uncharted 4: El desenlace del ladrón. En ella, esta especie de Indiana Jones mercenario y de buen corazón debe ayudar a su hermano Sam a descubrir el fabuloso tesoro de Henry Avery, un pirata del siglo XVII. Sin embargo, las pistas que van hallando en su camino les llevan a un objetivo aún mayor, Libertalia, el lugar donde reposan las ganancias de ocho de los más famosos piratas de todos los tiempos. Para ello, utilizará las crónicas de la época atribuidas al capitán Charles Johnson, entre otros textos, mapas y lemas escritos en latín.

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Portada del libro de Defoe, diseñada por Francisco Torres Oliver para Valdemar. / Cedida por Valdemar

Poco después de su publicación, se supo que el capitán Johnson era en realidad Daniel Defoe, el periodista y escritor que entregó novelas como Robinson Crusoe o Molly Flanders. En la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (publicada en castellano por la editorial Valdemar), Defoe realiza periodismo de datos, una narración casi quirúrgica de las hazañas de los personajes más temidos en los mares del Atlántico y del Índico. Apoyado en la documentación existente en la época, consigna hasta la carga que llevaban los barcos piratas y los de sus víctimas, da nombres y asienta fechas. Así, firma un retrato panorámico y coral de la piratería, tan anárquica, libre y visceral que escapa de los hechos reales para elevarse con ellos hasta la leyenda. Personajes como Avery, Thomas Tew, Anne Bonny, Edward England, Christopher Condent o William Mayes –todos ellos presentes en el juego desarrollado por Naugthy Dog- eligieron no someterse a las leyes de tierra, no arrodillarse antes los reyes de tierra, no jurar las banderas de tierra. Eran sanguinarios y temibles, pero también supieron crear comunidades en las que se repartían las ganancias a partes iguales, en las que se cuidaba de las viudas y huérfanos y en las que los cargos se elegían democráticamente, pero no daban poder, sino responsabilidad.

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La muerte de Barbanegra. / Valdemar

En este ámbito se mueve el capitán Misson, un francés que domina las costas de Madagascar junto a un fraile dominico libidinoso y demasiado leído, Caraccioli, que no soporta demasiado bien las ataduras del clero. Juntos recorren el litoral africano y cimentan la idea de que “la libertad que Dios y la naturaleza les habían dado, y el no sometimiento a nadie, eran el bien más excelso”, según relata Defoe. Con la libertad como bitácora, deciden crear un asentamiento justo, equitativo y fraternal, al que llamarán Libertalia. Sus habitantes serían los liberi, “en un deseo de suprimir los nombres diferenciadores de franceses, ingleses, holandeses, africanos, etcétera”, prosigue Defoe. Para ello, eligen una bahía al norte de Madagascar, en el litoral de Diego Suárez, la actual Antsiranana. En la crónica, Misson explica a sus hombres que es “un sitio excelente para establecer un refugio, y que había decidido fortificar aquí, levantar un pueblecito, y hacer muelles para atracar; así tendrían un sitio al que podrían llamar suyo, y un receptáculo, cuando la edad o las heridas los incapacitasen para el trabajo, donde podrían disfrutar del fruto de sus fatigas, y bajar a la tumba en paz”.

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Anne Bonny. / Valdemar

La utopía de Misson y Caraccioli, descrita por Defoe y reinterpretada por los creadores del Uncharted 4, es perfecta. Armónica. Adelantada a su tiempo. Y falsa. Libertalia no existió más que en la mente del autor de Robinson Crusoe, que supo encartarla entre una serie de relatos reales para darle más veracidad. Todos los piratas que aparecen en el libro están convenientemente documentados. Salvo Misson, quien sirvió a Defoe para escandalizar a una sociedad occidental acomodada y opresiva que aún tardaría medio siglo en tomar La Bastilla. Es precisamente esta condición de leyenda difusa la que convierte a Libertalia en el sueño perfecto de cualquiera y en el objetivo ideal de la última aventura de Nathan Drake. Un juego que persiguió El Dorado de la mano del corsario Sir Francis Drake en su primera entrega, para luego rastrear la mítica ciudad de Shambala, tras las huellas de Marco Polo, y Ubar, la joya del desierto descrita por T. E. Lawrence, en las sucesivas secuelas. Drake ahora lee a Defoe –de hecho, en el juego aparecen las primeras páginas del libro- no solo para descubrir el tesoro de los más famosos piratas. También para hallar sus sentimientos más ocultos. La libertad, la avaricia, la fraternidad, la realidad, la ficción. Todo aquello que nos hace tan humanos como el mejor de los personajes ficticios.

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Drake lee a Defoe en una captura del juego ‘Uncharted 4’. / El Faro del Impostor

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