Kubrick los puso a bailar un vals. Las estrellas, los planetas, todos los cuerpos galácticos, en una danza de vacíos, materias, luces y sombras. Perfectamente alineados, hipnóticos, estructurados a partir de un diseño con movimientos constantes, vida y muerte. El orden que reina en el universo, sin duda, evidencia la presencia de una mano que ha orquestado todos los acontecimientos sucedidos a partir del Big Bang. Que ha creado las constelaciones, que ha dado sentido a los fenómenos químicos y físicos, que ha trazado las órbitas y ha dominado las distancias, que ha sabido distinguir entre el tiempo y el espacio, que ha fijado las cartas de navegación que permiten viajar al infinito. Y, efectivamente, esa mano existe. Y es humana.
La pista la dio el pasado domingo el dibujante El Roto en El País. Una sola viñeta. Una sola frase. “El universo era un caos, entonces llegó el astrónomo”. Y El Faro del Impostor ha querido confirmarlo con alguien que no solo es testigo directo de los hechos, sino parte implicada en la ordenación de los cielos. Juan Fabregat (Valencia 1961), catedrático de Astronomía de la Universitat de València (UV), ratifica la sentencia del ilustrador, que anula cualquier intervención divina en la creación del universo. “En las religiones antiguas, los dioses trataban de ordenar el caos. En Egipto, en Sumeria, existía un demiurgo que ponía orden en el caos. En la tradición judeocristiana aparece el primer dios que crea desde la nada. En eso es bastante original”, señala.
La superficie terrestre también obligó a los humanos a delimitarla y cartografiarla para poder conocerla y entenderla. El cerebro necesita una cajonera donde poder encontrar lo que necesita. Mapas, fronteras, vallas blancas. En el infinito del espacio, sucede lo mismo. “En la Astronomía, ya desde los tiempos de Aristóteles, tratamos de generar modelos que ayuden a comprender el cielo, a ordenar lo que se ve, las estrellas y los planetas que poseen movimientos que no siempre son fáciles de entender. Aristóteles adopta el modelo de Eudoxo, en el que los planetas están recubiertos de una especie de esfera de cristal con la que giran alrededor de la Tierra”, explica Fabregat. “El modelo aristotélico llega hasta la Edad Media. A partir de la Edad Moderna se pone en duda el modelo de esferas”. Y los descubrimientos de científicos como Halley, Herschel o Hubble van generando “un crecimiento del universo a nivel conceptual”. Del ámbito vecinal del Sistema Solar vamos pasando a una red de sistemas, a una galaxia, a una red de galaxias. La globalización ingrávida. “Después, con la Teoría de la Relatividad, llegamos al universo en continua expansión”, continúa el astrónomo de la UV. “Y tras el cambio de milenio, con el estudio de la radiación de fondo y de las supernovas aparece de nuevo el caos. Porque solo conocemos el 4% del contenido del universo. Al otro 96% lo llamamos materia oscura o energía oscura”.
La observación de los fenómenos estelares tiene su reflejo a ras de tierra. “Los seres humanos nos aprovechamos del orden con que dotamos al universo no solo por una cuestión de conocimiento, también para poder regular nuestra propia vida”, asegura Fabregat. “La Astronomía es la que nos ha permitido medir el tiempo hasta entrado el siglo XX. Los egipcios observaban la estrella Sirius para prepararse para la crecida del Nilo, que les servía para alimentarse con las cosechas. Los meses musulmanes se basan en la Luna Nueva”. Los días, los años, las estaciones. Todos los componentes de un calendario nacen fuera de la atmósfera terrestre. “La medición astronómica del tiempo ha ordenado nuestra sociedad. Y llegó hasta los años 20-30 del siglo XX, cuando aparecieron los primeros relojes de cuarzo”. El tiempo es cósmico, pero también el espacio. La Estrella Polar marca el Norte, los grandes marinos transoceánicos se guiaban por los astros, una constelación nos señala en qué hemisferio nos encontramos. “Hasta el siglo XV, la navegación se regía por las cartas portulanas, en las que se anotaban todos los accidentes de la costa, así como los edificios más importantes. Pero al adentrarnos en el océano, los navegantes perdían la referencia de la costa”. De nuevo, la Astronomía fue la solución.
Pero no solo la ciencia ha hecho que los seres humanos miren hacia el cielo. La fascinación por la inmensidad espacial es tan humana como el hambre o la necesidad de inventar dioses. Y las causas son variadas. “Cada uno buscará algo distinto, supongo”, especula Fabregat. “Habrá quien desee contemplar el esplendor de la creación, sin duda, pero la mayoría de las personas buscan el espectáculo del universo, como pasa con el arte en un museo”. “Los avances científicos despiertan gran curiosidad”, prosigue. “En Astronomía, la divulgación surge de instituciones que están sustentadas en dinero público. La ciencia es una cuestión social, por tanto, hay que explicar bien lo que se hace con ese dinero. Aunque a veces tiene un efecto perverso, ya que los medios retuercen el titular para que sea atractivo y no siempre coincide con lo que dice en el cuerpo del artículo. Pero en general, la divulgación es positiva”. En su gremio, han detectado un aumento de esta demanda. “Ahora hay un resurgimiento del interés por la astronomía que ya existía en los años 60, cuando aparecieron los primeros satélites». El Sputnik fue el primero, claro, pero también la réplica de EEUU, el Echo, tuvo gran repercusión. «Las personas salían de sus casas o sus trabajos para verlo pasar, ya que el recorrido aparecía en los periódicos. Cuando yo era pequeño, el cura nos hacía rezar por los astronautas del Apolo IX”, recuerda el científico. Sin embargo, la pasión fue decayendo cuando los avances astronómicos se hicieron “más complejos, más difíciles de entender”. “También la aparición de la Informática, de los ordenadores, condujo a que se dejara de seguir la ciencia en beneficio de la tecnología”, apunta.
En su caso, hay una combinación de búsquedas. “El astrónomo siempre ve orden, si no, se inquieta. Donde ves que hay cosas que no puedes englobar en algo conocido, investigas. Pero a veces, lo que busco es la belleza. Contemplar la Vía Láctea en la noche de un lugar con poca luz es exquisito. La Astronomía es un espectáculo. Una vez vi un eclipse de sol a 4.000 metros de altura en Bolivia. Quedé sorprendido y, a la vez, fascinado». O en 2002, durante la lluvia de Leónidas, que se produce en noviembre, «pudimos ver entre 5 y 10 estrellas fugaces por segundo”, recuerda.
“El universo, en el espacio, no tiene límites. Sí tiene un límite temporal, el de su inicio, en el pasado: el Big Bang”. La investigación también es ilimitada. “Ni siquiera lo conocemos todo de nuestro sistema solar. Tratamos de descubrir nuevos sistemas solares. También vida fuera de la Tierra. Y estamos observando el universo más lejano, que en realidad no es que esté más lejos, sino que es el más antiguo. Cuando el destello de una estrella tarda millones de años luz en llegarnos, estamos viendo el origen del universo, no sus confines. Es el pasado, lo que vemos”. Ojos capaces de ver el tiempo a través de un telescopio. Y que también son humanos.