Como todos los seres vivos, el cine nace como documental, atraviesa un fogonazo de magia e ilusión y madura cuando es capaz de creerse sus propias mentiras. Los primeros planos fijos reflejan la vida cotidiana, pero el espectador se harta pronto de ver llegar los trenes y de asistir a misas y desfiles. Para que el nuevo invento funcione, necesita fanfarria y fantasía, que es lo que lleva al público a los barracones de las ferias. Y, al contrario que en la vida real, es la poesía la que le da el aliento suficiente para sobrevivir al frío de los recién nacidos. En el principio fue el asombro. Solo después llegó la anatomía.
Un mago francés encuentra la manera de dar a los engranajes de metal y a las lentes una capa de fascinación. Los efectos especiales son el primer gancho con el que el cine hace caja. Y buena parte de la prestidigitación del celuloide nace en las manos de George Méliès. Todo parte de un error, dicen las crónicas, como si nada de lo que verdaderamente merece la pena hubiera nacido de algo que no fuera un error. Méliès desarrolla las sobreimpresiones y las transparencias convencido de que es el nuevo cerrajero de Houdini. Es el primero que deja al espectador embobado frente a una pantalla. Es el creador del encantamiento que se produce cada vez que la sala apaga las luces. Y su legado permanece. Como todo buen poeta, como todo dragón, como todos los misterios que nos atrapan en la infancia, muere olvidado en algún rincón de la Historia. Pero es Méliès quien arranca a las personas del salón de su casa y los sienta frente a lo imposible. Los Lumière inventan la máquina; Méliès inventa el cine, que es algo más que ver películas.
Mientras el mago de Montreuil agita su varita frente a los espectadores franceses, el cine hace todo lo posible por equipararse en apenas una década al resto de las artes. Francia, Inglaterra y Estados Unidos son los principales ejes en los que los pioneros aprenden a mover la cámara, a variar el plano, a crear géneros nuevos. El montaje, el plano americano y el travelling nacen al mismo tiempo que la industria, los monopolios, la lucha por las patentes o incluso el teatro filmado, que es el primer intento de dar al cine la apariencia de un arte. O que el western, ese territorio abrupto que deja al humano a la intemperie de su mente y que solo cobró vida cuando aprendimos a mirar. Edison convierte el cine en una fábrica de dinero. Charles Pathé, en un imperio del espectáculo. La Escuela de Brighton, en una lección de gramática visual.
En apenas quince años, el cine realiza el mismo recorrido que va desde Babilonia hasta Dostoievski. En apenas quince años, se redactan hasta las primeras instrucciones que los grandes maestros se encargarán de desobedecer. En apenas quince años, el cine sabrá barajar el espacio la luz y el tiempo para convertirlos en otra cosa, en una realidad alternativa donde todo es posible. Donde el espectador es a la vez el mago que blande la sierra y el incauto que se deja cortar en dos pedazos. Donde todos nos convertimos en quijotes, alicias y nemos. Que es la única manera de escapar de una camisa de fuerza, como bien sabía Méliès.
Películas (1900-1909)
- Attack on a China Mission (James Williamson, 1900)
- Histoire d’un crime (Ferdinand Zecca, 1901)
- Viaje a la Luna (Georges Méliès, 1902)
- Marriage by Motor (Alfred Collins, 1903)
- Asalto y robo al tren (Edwin S. Porter, 1903)
- La vie et la passion de Jésus Christ (Ferdinand Zecca, 1903)
- Viaje a través de lo imposible (Georges Méliès, 1904)
- España (Alice Guy, 1905)
- El hotel eléctrico (Segundo de Chomón, 1908)
- La destrucción de Pompeya (Arturo Ambrosio, 1908)