Agua salvaje

La primera ministra británica, Theresa May, quiere regular la presencia de extranjeros en las empresas locales. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, organiza un referéndum con el que quiere frenar el paso de refugiados por su país aunque luego no vota ni la ultraderecha. El candidato a la Presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, proyecta un muro en la frontera con México, país al que, además, pasará la factura de su construcción. Hay algo que no entiende ninguno de los tres. El flujo migratorio es imposible de detener. Imposible. El ser humano es como el agua salvaje. Rompe los muros, busca resquicios, socava poco a poco cualquier obstáculo. Hay algo que tampoco entiende ninguno de los tres. Sus planteamientos ya se intentaron en el pasado. Y fracasaron. Hay algo que no entendemos los demás. Cómo hemos podido permitir que personajes así lleguen a los puestos que ocupan. No son los únicos.

Agua salvajeMientras no se genere el coraje suficiente para frenar la emigración en origen, invirtiendo en los países más necesitados y frenando el tráfico de armas que detona los conflictos bélicos, cualquier propuesta de regulación de fronteras está condenada al fiasco. Mientras la concienciación global no cambie, los traslados entre países, sean por las razones que sean, estarán condenados al cuchicheo ponzoñoso, las miradas de reojo y los guetos. Somos un planeta que no tolera bien a los vecinos. El problema actual no ese. El fenómeno de la migración comenzó hace 3.000 años y jamás hemos sabido solucionarlo. El verdadero problema es que estamos generando las peores noticias posibles desde los años 30 del pasado siglo. Que, en 2016, una primera ministra del Reino Unido se atreva a sugerir marcar con brazaletes a los extranjeros de las empresas, reservar para los británicos los trabajos que ningún británico quiere o tamizar la llegada de estudiantes al país no solo es indignante. Es, por encima de todo, peligroso.

Ya ni siquiera debería ser necesario citar a Hitler, Orwell o Camus. Ya ni siquiera debería recordarse que se pueden realizar llamadas gratuitas a otros continentes, que los vuelos cada vez son más baratos o que una vaquería de los Pirineos puede colocar sus quesos en las estanterías de Dubái. Ya ni siquiera se debería insistir en que somos el animal que inventó los cerrojos y las vallas de madera, pero también los puentes y los túneles. O que el cierre de una puerta solo provocará la apertura de un butrón. El recurso de la frontera solo queda bien en los thrillers de Orson Welles, en las novelas del Oeste o en pesadillas a corto plazo. Tenemos que aprender que usar gafas para ver tan de cerca no es ningún mérito, sino la consecuencia de una presbicia mental de políticos mediocres. Planteamientos como estos, de jardín trasero y ventanas con visillo, son intolerables. Somos agua salvaje. No nos lo repetimos lo suficiente.

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