Hay días en que uno no sabe si rendirle un homenaje a Gene Wilder tras su reciente muerte o escribir sobre la detonación de Ferraz. Y eso que en muchos de los puntos clave, la fragmentación en mil pedazos del proyecto socialdemócrata tiene demasiadas similitudes con El jovencito Frankenstein. Aunque bien pensado, y como todo el mundo sabe, el universo entero cabe en el guion de la película de Mel Brooks. Sin embargo, alguien como Gene Wilder, capaz de retirarse del cine cinco minutos antes de que le llegara la primera propuesta estrictamente alimenticia, no merece la comparación. La deflagración del PSOE tiene, entonces, y por buscar otra palanca de apoyo para levantar este texto, ese aire putrefacto que exhaló su momento la desmembración del Partido Popular en la Comunidad Valenciana entre campistas y zaplanistas. No es más que una lucha de poder entre dos facciones en el que las ideologías y las necesidades del electorado están al margen. Con una diferencia esencial. El PP autonómico no perdió ni un solo voto mientras sus líderes se retaban a duelo con espadón.
La implosión socialista es vieja. Ahora mismo no estamos más que asistiendo al recuento de bajas y a la firma del tratado por ver quién depone primero las armas, tras una ristra de desencuentros constantes entre, al parecer, los partidarios de Pedro Sánchez y los de Susana Díaz. El desenlace de la escena de la bomba bajo la mesa con la que Hitchcock explicaba el suspense. Pero los medios de comunicación se han empeñado en mostrarla empaquetada con el colorín de las novedades y los escandalosos neones de la urgencia. Quizá el periodismo haya sufrido uno de los primeros y más importantes daños colaterales de la contienda. Primero, y para acabar pronto con el asunto, por el ya célebre editorial de El País. Confundir la página de Opinión del periódico con una tertulia de la nueva TDT, en la que el principal argumento es el odio y el insulto, es como reemplazar el cerebro de Hans Delbrück, científico y santo, por otro anormal. Pero habíamos quedado en que no iba a mezclar la crisis del PSOE con El jovencito Frankenstein.
En segundo lugar, alguien debería darse cuenta de que las redes sociales no han hecho más que confundir y apelotonar. Es evidente que había que dar cuenta de los sucesos en cuanto se produjeran. Es el signo de los tiempos. Pero ha faltado el análisis reposado que quizá llegue este fin de semana. Sospechar, como sospechamos todos, que no estamos más que ante una guerra de trincheras cavadas en los pasillos del socialismo no es periodismo. Recopilar el historial de internet para evidenciar el pasado de la situación, tampoco. Recabar las dos visiones del asunto que se han forjado en el partido, sí, aunque habría sido preferible que los protagonistas no estuvieran a cientos de kilómetros del epicentro de la batalla. Lo que queda es territorio exclusivo del papel, quizá, el clavo ardiendo al que debe aferrarse para no desaparecer. Esperar a que amaine el temporal, pensar, preguntar, cotejar. Y redactar un texto largo, trabajado, que explique también los antecedentes y las consecuencias. Si no, seguiremos tan enfangados en el barro como dos profanadores de cadáveres bajo la lluvia. Vaya, ya se me ha colado otra vez.