Basura y evolución

Según el escritor británico Julian Barnes, la carcoma fue el verdadero beneficiado de que Noé construyera su arca de madera. El resto de animales entraron por invitación a la nave que les salvó del Diluvio Universal, pero la carcoma, que no obtuvo el salvoconducto por riesgo evidente de naufragio, se coló de polizón y de esa manera sobrevivió para regalarnos los pequeños orificios que convierten las mesas y los armarios de las antiguas casas de campo en bodegones de gruyère. Según la ciencia, las catástrofes naturales o divinas que relata la Biblia, como el castigo de crecer y multiplicarnos que vino anexo a la expulsión del Edén, no son el único origen de la conservación de las especies. Ni siquiera de su creación. La domesticación del lobo y su transformación en perro no necesitó de ningún dedo omnipotente ilustrado por Miguel Ángel. Tan solo hizo falta que el ser humano comenzara a rodear sus asentamientos de basura. La confianza hizo el resto.Beatit

El perro es un diseño humano. Es un lobo con el estómago lleno que de haber sabido que acabaría transformado en chihuahua quizá se lo habría pensado mejor. El experimento salió bien en la mayor parte de las ocasiones. Y no acabó con la existencia del lobo original, que con el paso del tiempo se ha convertido hasta en un recurso literario para noches de tormenta. Pero los científicos están preocupados de que la gran domesticación se lleve por delante otras especies que están viendo su código genético alterado a causa del desperdicio. Solo el ser humano desperdicia. Los sobrantes de la pesca, la ganadería perdida y hasta las manzanas que no podemos sacar al mercado porque no embellecen los paquetes de plástico dan de comer a los depredadores con más hambre que miedo, pero también pueden dejar un rastro evolutivo del que Darwin, probablemente, no se sentiría orgulloso.

El perro salió bien porque no sabía que el ser humano mordió la manzana que nos dio la opción de integrarlo en nuestra familia o entrenarlo para las luchas a muerte. El gato aún mantiene los planes de hacerse con el control del universo. Pero con el resto de especies que se han acercado a las aldeas, no hemos sabido más que ponerlos a trabajar. Criarlos hasta convertirlos en desperdicio. O perder todo control sobre ellos, como con las ratas, las cucarachas y las palomas, criaturas de asfalto. El resto ha sucumbido a la confianza en el ser humano, que es incapaz de mantener un contrato de colaboración más allá de sus intereses. Ni siquiera somos capaces de fiarnos de nosotros mismos. De ahí que los científicos se preocupen de que los animales dejen de ser lo que son por culpa de la basura. El perro ya conoce lo mullido que es nuestro colchón, lo bien que saben las galletas de las cafeterías y a qué huelen los neumáticos de motocicleta. Pero jamás se le ocurriría desperdiciar comida ni probar los límites de resistencia de nuestro planeta.

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