Cierro por última vez la tapa del libro. Vuelvo a enfundarle la sobrecubierta que ha permanecido guardada en el cajón de la mesita de noche durante todo este tiempo. Sesenta y cinco cuentos de sesenta y cinco autores distintos. Todos norteamericanos. Entre Washington Irving y los autores de la bisagra del milenio. Algunos descubrimientos, pocas sorpresas y una ausencia destacable, la de Dashiell Hammett. Lo habitual de cualquier antología. Compré el libro en 2002, en una librería que ya no existe. Apenas un año después del 11-S, cuando el mundo era un territorio conocido, cuando flotábamos en oro falso, cuando aún teníamos conciencia. Cuando el Mal estaba definido, tenía rostro y Occidente se embarcaba en una guerra para extirparlo. Era el principio de los tiempos, otra vez. Llamo a la librera para comentárselo, pero la pillo de vacaciones en Roma. No le puedo contar que entonces estaba a punto de irme, lleno de incertidumbres. Que ahora tengo pánico a las certezas. Que al embarcarme en otro viaje, por fin me decidí a leer el último libro que le compré. Y que me da la impresión de que ha acabado un ciclo.
Y no es la primera vez esta semana. El lunes me atrevo a ver por segunda vez la película más importante de mi vida. La primera fue una epifanía. Un descubrimiento. Una revelación. Hace veinte años. Casi todo lo que sé lo aprendí aquella vez, en la televisión, de noche, fumando, con los ojos abiertos como platos. Era el arte por el arte, el concepto, la expresividad. Y la vida. El poso de una obra grandilocuente y pretenciosa que trataba de dar explicación a los grandes enigmas de la humanidad y que, para mí, revelaba que es mucho más apasionante buscar las respuestas que encontrarlas. No había querido verla otra vez, para no romper el hechizo. Pero los cines han descubierto en las copias en Blu-Ray un filón. Ahora, reponer clásicos es una ganga. Y disfrutar de 2001. Una odisea del espacio en pantalla grande es una oportunidad única de paladear planos perfectos en pantalla grande. De volver a ver a escuchar a HAL 9000. Un viaje, otra vez. Un cambio de ciclo, otra vez.
Entro hoy en el estanco. Tenemos una mala noticia para ti, me dicen. Han descatalogado tu marca de tabaco. Más de veinte años de relación comercial. Más de la mitad de mi vida. Uno de los símbolos por los que la gente me identifica inequívocamente. Desaparece. A causa de que ya no flotamos en oro falso. Sin más recambio que una marca que encontré en el viaje al que me llevé el libro que acabo de terminar. Otro cambio de ciclo. Adiós, Celtas. Me da que el universo está tratando de decirme algo y Kubrick ya no está para explicármelo.