El efecto Pink Floyd

Dark Side of the Moon

Portada del disco The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. / wikipedia.org

La semana pasada nos descubrió que vivir es tratar de evitar a Pink Floyd. O, quizá, todo lo contrario. China ha conseguido instalarse en la cara oscura de la Luna, como quien rebusca entre las sombras los tesoros que la luz es incapaz de desvelar. Y nadie ha sido capaz de eludir la mención inmediata al disco del grupo británico The Dark Side of the Moon, que en 1973 logró un impacto similar al hecho de que, 45 años después, los seres humanos andemos husmeando en la trastienda del satélite. La referencia ha sido ineludible. En parte, porque es cómoda, fácil, casi la respuesta a esa pregunta de Trivial Pursuit que todo el mundo conoce. Y en parte, porque estamos acostumbrados a que sean los demás los que responden las preguntas difíciles. Como qué hay al otro lado de nuestra mirada.

Uno tiende a pensar que se puede bucear algo más en los referentes para no parecerse a los demás. Dejar a un lado a los Pink Floyd, al Fly me to the Moon de Frank Sinatra, a las noches en las que los lunáticos salimos al balcón a aullar a la Luna. Que los reportajes de los telediarios no tenían por qué acabar cayendo una y otra vez en Money, que es la canción más reconocible de las que se fundieron en un solo elepé pocos años después de que Neil Armstrong pisara por primera vez la superficie de nuestro satélite. Por otra parte, siempre se agradece escuchar buena música en la televisión, tan malnutrida con aficionados al karaoke. Uno tiende a pensar que apartarse del camino es la única manera de no volverse cuerdo. Lo cual está muy bien para todos aquellos que pretenden ser sublimes sin interrupción. Pero que es muy peligroso si nos aceptamos como colectivo. Somos lemmings que pretenden salir de la habitación de cada día. Si todos seguimos la senda equivocada, acabamos extinguidos.

Así que puede que la vida consista en evitar apoyarse en lo evidente. Para encontrar nuevos caminos. Para dar rienda suelta a lo que cantan los Pink Floyd en Brain Damage: hay alguien en mi cabeza que no soy yo. Es la manera más eficaz para avanzar en las artes, en la ciencia, en la vida estancada y rutinaria que consiste en pagar las facturas y lavar el coche los domingos. Pero también puede que consista en todo lo contrario. En pisar el terreno firme de lo cotidiano y dejar que sean los chinos los que nos digan si hay un baobab en la cara oculta de la Luna y quién está a cargo de regarlo cada día. Así mantenemos nuestra pequeña parcela limpia y presentable y logramos consolidar la sociedad. Puede que sea tan necesario escuchar el The Dark Side of the Moon como el I’ll shoot the Moon de Tom Waits. Puede que alguien tenga que trillar la vereda para que otros encuentren los resquicios. Al fin y al cabo, acabamos de entrar en 2019, que no hace tanto era el futuro. Y estamos tan campantes.

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