El turismo del morbo

Totó Riina sembró el terror desde la cúpula de la Mafia siciliana. La medida de su poder la da la condena que cumplía en prisión hasta el año pasado, cuando murió de cáncer entre rejas. 26 cadenas perpetuas. El listado de necrológicas que generó da para un listín telefónico de los de antes. Riina fue el sumo hacedor de un imperio pavimentado con huesos, sangre y recados al oído. El creador de un código de honor que se escribía en servilletas de papel. El comandante en jefe de una sociedad silenciosa que operaba desde el mismo corazón de Sicilia, el célebre municipio de Corleone. El pueblo de montaña con vistas a Palermo que dio nombre a la familia más reverenciada del cine. El núcleo donde colisionaban todas las partículas de la mafia.Morbo

Ahora, su hija, Lucia Riina, ha montado un restaurante en París. Comida italiana. Exposición rotativa de lienzos de la propia Lucia. Y un rótulo que ha estallado en su pueblo natal. Porque el restaurante se llama Corleone. Y al alcalde no le ha hecho ninguna gracia. Probablemente, tenga razón. Los esfuerzos para levantar la etiqueta que Coppola y Puzo adherieron a la historia local son ingentes. Infructuosos, también. Es casi imposible que un occidental no relacione el pueblo con la mafia. Al menos, con lo que el cine ha transmitido de ella. Y una iniciativa como la de la hija del mayor y más sanguinario capo que ha tenido la organización no ayuda en absoluto. No es fácil luchar contra el morbo. Ni contra el turismo que genera.

Los asesinos en serie reciben miles de cartas y proposiciones de todo tipo mientras están en prisión. La mafia tiene un poder similar. Puede que El Padrino transmitiera una visión, en cierta medida, romántica del asunto. Pero la atracción va más allá. Se acaban de cumplir veinte años del estreno del primer capítulo de Los Soprano en la televisión norteamericana. Tony Soprano está muy lejos de Vito o Michael Corleone. Su historia es la de un tipo que sabe moverse por el alcantarillado social como nosotros sabemos entrar y salir de unos grandes almacenes. Es violento, zafio, hortera, tiene la inteligencia de la calle. Mucho peor, es una persona corriente, como cualquier otra. Aunque experto en un negocio para el que hace falta carecer de escrúpulos. Y, además, es fascinante. Porque tanto él como lo que se mueve alrededor es una visión exagerada de nosotros mismos. Con nuestros vicios secretos, nuestras ambiciones frustradas y nuestros instintos primarios. Por eso resulta tan familiar como nuestro reflejo en un espejo combado. Es parte del morbo. Es lo que explota la hija de Riina. Es lo que al alcalde de Corleone le va a resultar imposible erradicar.

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