Elogio de la incomodidad

Hasta la banca ha recibido los resultados de las elecciones holandesas con una ovación y puesta en pie de todos los concurrentes. No es para menos. Ni siquiera los grandes capitales quieren mezclarse con la amenaza que suponen tipos como Geert Wilders, un oportunista con el pelo esculpido por Miguel Ángel y el cerebro reciclado bajo las premisas del trash-art. El rechazo que sufre este energúmeno de salón responde a su equiparación con los nazis, no necesariamente a sus ideas de expulsar a los musulmanes de Europa como hizo San Patricio con las serpientes de Irlanda. Nadie, ni siquiera el poder en la sombra, es capaz de salir a la calle con una cruz gamada en el brazo sin contagiarse de la peste y acabar en cuarentena social para el resto de sus días. Sin embargo, Wilders, Farage, los Le Pen y todos los intolerantes que optan a un cargo en el continente no son tanto nazis (que también), como la típica familia de rednecks que en las películas suelen recibir al viajero con un delantal de cuero, una guarnición de entrañas humanas y el sonido de una motosierra como hilo musical. La pureza de raza lleva a la endogamia, a la debilitación genética y al voto para Trump. O, como mínimo, a crear vecindarios rubios en los que seríamos incapaces de distinguirnos los unos a los otros.Puente

Las elecciones holandesas suponen el primer alivio electoral de los últimos tiempos, aunque no fue Wilders precisamente quien provocó una crisis diplomática entre Holanda y Turquía, sino quienes le han derrotado. Y Europa necesita a Turquía como el pescado necesita una guarnición para coger sabor. No solo porque obligaría a la Unión Europea a abrocharse al laicismo para aceptar más de una religión entre sus filas. También porque introduciría una variante y obligaría a manejarse en ese territorio en el que no todos somos iguales. Algo en lo que el viejo Occidente se siente incómodo. Mariano Rajoy, el presidente que es capaz de rechazar con desdén una pregunta porque viene en inglés, declaró al iniciar las negociaciones para formar su Gobierno en minoría que se centraría en los asuntos en los que todos piensan igual. Y no. Son precisamente aquellos en los que la ideología es más distante los que hay que trabajar para poder cerrar acuerdos que beneficien a todos y disgusten a la mayoría.

Reino Unido ha elegido la opción fácil y ha abandonado el grupo de Whatsapp en el que hasta los que conducimos por la derecha tenemos voz. Lo cual equivale a encerrarse en casa en vez de comprar un adaptador para poder viajar sin temor a que no podamos usar el secador de pelo. O comprarse una residencia en un gueto de la Costa Blanca, que para un inglés viene a ser lo mismo. Y así no hay manera de arreglar las cosas. Solo con el encaje de la diferencia seremos capaces de encontrar soluciones para dejar de sentirnos incómodos. Tenemos que darnos cuenta de que cada puente destruido durante una guerra ha tenido que reconstruirse. Debemos dar el paso que no quisieron dar nuestros padres del Neolítico y convertirnos de verdad en un ser social. No tribal.

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