Han muerto Peter O’Toole y Joan Fontaine. Uno vivió aferrado a las tablas, ya fueran teatrales o de pub irlandés, con la calavera de Yorick en una mano y un vaso de whisky bien cargado en la otra. Deja un hígado deshidratado. La otra dejó los platós para dedicarse a casarse, a quejarse del matrimonio, a acumular diplomas deportivos y a vomitar toda la bilis posible sobre la figura de su hermana. Deja un hígado exprimido. Ninguno de los dos supo escapar del lado más oscuro del cine, ese que desvanece al intérprete que carga con la maldición de un papel legendario. Han muerto Peter O’Toole y Joan Fontaine, dicen los periódicos. Pero, como sucede con Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses, nadie los reconoce hasta que no se les ilumina con el resplandor de sus papeles más famosos. El cine es así de injusto. Es así de grande, más que la vida. Es tan cabrón, que puede reconvertir el éxito en un calvario. Volvemos a empezar. Han muerto los actores que sucumbieron a Lawrence de Arabia y Rebeca.
Histriónico, borracho y condenadamente guapo, O’Toole creció amamantado por Shakespeare hasta que el cine lo marcó con hierro candente. En uno de sus arrebatos, Marlon Brando rechazó participar en el biopic de T. E. Lawrence que andaba preparando David Lean. Y por allí pasó un irlandés alto, desgarbado, rubio y con los ojos inundados de azul, justo el negativo de Brando. Apenas asomaba frente a las cámaras, por lo que O’Toole no pudo saber que todo salió demasiado bien. Lawrence de Arabia es el ejemplo de la belleza con la que el ser humano puede competir con la naturaleza. Reparto, dirección, banda sonora, diálogos. Todo encaja en una película densa, excesiva, grandilocuente y, sin embargo, hipnótica. Perfecta. El traje blanco de Lawrence se encostró en la carrera de O’Toole, que supo construir una carrera lejos de la arena del desierto, pero siempre cerca de un bar. En su filmografía aparecen títulos que bastarían para redimir cualquier vida. Trabajó hasta anteayer. Mucho más de lo que luchó por aguantar. Pero hasta el final fue Lawrence.
El caso de Fontaine es aún peor. Su carrera también es inmaculada. Tanto, que hasta supo retirarse cuando le costaba más ponerse frente a las cámaras que pilotar un avión o enfrentarse ferozmente a su hermana, Olivia de Havilland. Rompió más platos de los que aparentaba su imagen frágil y asustadiza, que se convirtió en marca de fábrica. Pero padeció el mismo maleficio que su personaje en Rebeca. Tanto Fontaine como su Señora de Winter soportaron la tortura de Lawrence Olivier, el sadismo de Alfred Hitchcock y la brutal presencia de Mrs. Danvers, el ama de casa interpretada por Judith Anderson, uno de los villanos más temibles de la historia del cine. Y encima, ni la actriz ni su papel pudieron conservar su nombre. Tuvieron que dejar que Rebeca se apoderara de Manderley, de su trayectoria cinematográfica y hasta de una prenda de vestir. Ganó un Oscar, trabajó con los más grandes. Pero hasta el final fue Rebeca.
Han muerto Peter O’Toole y Joan Fontaine. Engullidos por el cine.
Yo estuve trabajando en esa grandiosa película Lwrence de Arabia, durante todo el rodaje, estaba de ayudante de los actores principales y además hacía de doble de los dos chicos que salen en la peli, fue apasionante estar al lado de esos monstruosos del cine, nunca lo olvidaré. .
Desde luego, una extraordinaria experiencia que me parece imposible de olvidar y que me encantaría que me contaras en persona. Muchas gracias por tu participación.