Toca estar pendientes del reloj, aunque sea por una buena causa. Hemos puesto orden en el caos universal para que enero aparezca en todo el planeta con su chasquido de campanadas y pimpampunes. Es ese instante de permanencia y eternidad que nos impele a celebrar que hemos sobrevivido un calendario más, que nos corresponde un pedazo más de la tarta de la historia. Que podemos estar ante el año de nuestras vidas. Que el cocodrilo de Peter Pan todavía está lejos de nuestro barco y seguiremos creciendo sin estar muy conformes con el hecho de seguir creciendo. Toca estar pendientes del reloj porque es la única victoria que se nos permite contra el tiempo: dilatar los segundos, ralentizar las manecillas mientras devoramos lo más lentamente posible las doce uvas.
Después vendrán las prisas. El sometimiento. Y la certeza de que cuando consigamos por fin embridar al tiempo solamente será para dominar el espacio. No tardará el momento en que pleguemos los minutos como si fueran una caja de cartón y nos adentremos en la galaxia más lejana sin movernos del salón. Pero aún toca estar pendientes del reloj porque es lo que hemos hecho desde que descubrimos el movimiento del sol en la entrada de nuestra cueva. Desde que supimos contar nuestra segunda primavera. Desde que permitimos que el primer cuco aprendiera a restarnos cada hora de nuestras vidas. Retrasar lo inevitable, invertir la gravedad para que el agua de la clepsidra fluya hacia arriba y nos conceda un segundo más. Embutir la inmortalidad en un matraz y señalizar las autopistas del tiempo para que las agujas cambien de sentido.
La Nochevieja es la única fiesta en la que celebramos lo contrario de lo que celebramos. A medianoche del día 31 volveremos a ser la resistencia, los partisanos, los maquis, Leónidas y la princesa Leia. Recibiremos con alegría el nuevo año cuando, en realidad, lo que nos empuja a reunirnos, a beber, a bailar, a besarnos, a llorar y a acompasar las campanadas con aplausos es la derrota implacable del año anterior. La supervivencia. La nueva oportunidad de que esta vez, las cosas salgan bien. La exultante idea de que, durante un efímero momento, nuestro mayor tesoro es el futuro y no el pasado al que nos condenan los relojes.
Feliz 2018.