En realidad, la polémica levantada este año con la Cabalgata de los Reyes Magos de Madrid remite a lo que sucedió en las principales pantallas de cine de todo el mundo en 2001. Con el cambio de siglo, Peter Jackson se enfrascó en poner en imágenes el universo creado por JRR Tolkien en El señor de los anillos. Los seguidores de la saga literaria afilaron sus guadañas y embrearon sus teas por si la representación de Jackson no coincidía con las sombras que circulaban por su imaginación. Y, al parecer, y según cuentan todos los afectados, en cuanto apareció el personaje de Gollum estalló un suspiro de alivio planetario. Sí, era como ellos pensaban. Quince años después, los seguidores de la saga literaria del Nuevo Testamento han explotado porque el traje de Gaspar no se ajustaba a la irrealidad. Al director neozelandés le perdonaron todo lo que acarreaba la trilogía de la Tierra Media porque supo alimentar las expectativas de los fanáticos. A Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, no le van a perdonar nada porque no es Peter Jackson.
La ficción tiene un componente de permanencia que la convierte en inamovible. Ese es el motivo por el que arrastra más apasionamiento que la realidad. Contemplar el reguero de refugiados que naufraga en las costas griegas, por ejemplo, escapa de nuestro control. Hay quien se estremece, hay quien cambia de canal, hay quien acude para ayudar en lo posible. Pero es tan visceralmente real que no podemos regularla. Podemos improvisar ante una noticia que cambia de protagonistas cada día, pero jamás estaremos seguros de nuestra opinión hasta que no se detenga la erupción de naufragios. Solo entonces podremos sentenciar que todo fue como lo habíamos imaginado. O sumirnos en la decepción de que nada se corresponde con nuestro pensamiento.
El traje de Gaspar es una pataleta de adultos que intentan que no se les descosa la sombra como a Peter Pan tras dejar de estar al mando del timón. Pronto volverán a la prosa porque la imaginación no les da beneficios. Pero si desean seguir por ese camino, tienen las lágrimas de un presidente negro de Estados Unidos deseando convertirse en un relato póstumo de Kurt Vonnegut. Tienen la desaparición de varios libreros en Hong Kong que espera la intervención del agente Smiley. Tienen hoy mismo la fecha de lanzamiento del replicante Roy Batty de Blade Runner. Tienen hasta un día ficticio en febrero que solamente brota cada cuatro años. 2016 se presenta como un año cargado de ficción. Quizá no se lo perdonen.