Huracán

Ese instante justo antes de la devastación. Ese silencio que está a punto de romperse en añicos. Ese momento invisible en el que todo se encoge como quien ve aproximarse un golpe. La ciudad vacía, los semáforos apagados, las puertas reforzadas con planchas de madera en la que algún vecino ha escrito versículos del Apocalipsis. Un cielo sin pájaros. Un columpio que chirría con los últimos vestigios de una brisa que trae olor a mar. Una bandera que ondea con la prisa de quien quiere escapar. Los guijarros que cascabelean ajenos a la tormenta que ha de venir. Todo un mundo que contiene la respiración antes de sumergirse bajo las olas. Y la naturaleza más despiadada que toma aire antes del impulso final, el que abandona sobre la tierra un huracán nacido en el mar como quien cierra de un portazo una habitación llena de papeles.Huracán

Cinco minutos antes del vendaval. Una ciudad en coma, sometida al abandono de los habitantes que saben que no pueden luchar contra lo imposible porque solo estamos de paso. No hay más ruido que el de un cartelón que golpea contra la pared. Quizá un vecino permanezca encerrado en su hogar, como el cerdito de la casa de ladrillos ante la visita del lobo feroz. Quizá confíe en la resistencia de los cimientos, quizá ponga a prueba la utilidad de su refugio subterráneo, a prueba de ciclones, repleto hasta arriba de bidones de agua y comida enlatada con caducidad prevista para dentro de cinco años. Afuera no hay nada. No hay coches, no hay barcos, no hay colas de espera en el aeropuerto, no hay reparto de correo ni de comidas a domicilio, no hay ni siquiera insectos. El ser humano solo sabe resistir la fuerza del planeta dejando de ser humano. Huyendo como un animal que huele el terremoto, el huracán y el oleaje.

Los colegios están cerrados, los hospitales están cerrados, los supermercados están cerrados. Hasta las librerías están cerradas. Ese instante en que las ciudades se disfrazan de fantasmas como los niños pobres en Halloween, cubriéndose con una sábana con aberturas para los ojos, que sienten en realidad más miedo del que dan. La víspera del tornado de Kansas, los últimos bocados de pasto de una vaca que no ha podido ser evacuada, la firmeza del tornillo de una cámara escondida bajo un alero que retransmitirá la hecatombe por internet si es capaz de resistir los embates del viento. La derrota por deserción, que es la única victoria posible ante los fenómenos naturales. El último tictac de una bomba sin productos artificiales, con todos sus átomos dispuestos a reventar.

Una ráfaga de viento. Las primeras gotas. Y un estruendo que se abre paso desde la bahía.

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