La voz de la Bestia

Llegas a casa, con el maletín más cargado que de costumbre, aunque nadie deba darse cuenta. Saludas. Un beso. Acomodas tus cosas en el despacho y preguntas qué hay de cenar, sin ganas, con el estómago dado la vuelta. Entras con cuidado en el cuarto de los niños y te quedas absorto, casi en la puerta, con miedo a que algo de lo que has aprendido hoy pueda contaminar a tus hijos. Lloras, despacio, en silencio. Entornas la puerta para que la habitación no quede completamente a oscuras, aunque sabes que los monstruos no habitan en la oscuridad, pero tus hijos no, aún no, ojalá que no lo sepan nunca. Vuelves al comedor arrastrando los pies. Qué tal te ha ido hoy, bien, como siempre. Revuelves la comida en el plato, la mareas con el tenedor y al final te centras en la ensalada, porque el sabor no te implica y los colores te distraen. Y tú, bien, también. Y su voz suena cálida y extraña, con reverberación, sin asomo de la pregunta que no debe formular, pero con el eco de lo que no se dice. Qué tal te ha ido hoy, pregunta otra vez, solo en tu cabeza. Y solo en tu cabeza respondes la verdad, que mal, que es imposible de aguantar, que has tenido que traducir mil espantos. Que eres el intérprete de la Bestia. Y te parece que lo ha entendido. Y te mira con la delicadeza de quien no debe darse cuenta.

Filene-Finlay
El sistema de interpretación utilizado en los juicios de Núremberg. / TRADUCTORES2013.COM

Al día siguiente, otra vez. Casi un año de juicio en Núremberg. Casi un año de una neutralidad imposible, de un trabajo de robot, de un control inhumano sobre las emociones para asistir desde la cabina de los intérpretes al desfile del horror, de vomitar sobre el micrófono toda la crueldad a la intemperie, de filtrar al mundo un mensaje insoportable, de armar un puzle con palabras que jamás habrías pensado que podrían funcionar juntas, de moldear en varios idiomas la efigie del Mal. De dar voz al relato de quienes depreciaron el valor de una vida humana hasta venderla al peso o regalarla al fuego, de quienes se prestaron a cumplir órdenes que nadie habría debido ni imaginar, de quienes se brindaron a construir un nuevo mundo con ladrillos de humo, huesos, hambre y ausencias. Casi un año de dar voz a una jauría humana alimentada por el odio de creerse los dioses implacables que solo un ser humano es capaz de crear porque los llevamos dentro.

Y después salir de la Corte. Saludar a los juristas. Comprar una barra de pan. Y marchar a casa entre las sombras, con el maletín más cargado que de costumbre. Con la gangrena de lo incomprensible resonando en los auriculares y sin ganas de cenar. Casi ni de vivir. Aunque nadie deba darse cuenta.

(La Universidad de Alicante dedica una exposición a los Intérpretes en Núremberg. En la Sala Aifos de la Facultad de Filosofía y Letras. Hasta el 27 de abril).

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