Las tres diferencias

Al adolescente Ahmed Mohamed, detenido esta semana por llevar un reloj de su invención que a sus profesores y a la policía de Texas les pareció una bomba, le habría ido mucho mejor llamarse Ted Johnson, por ejemplo. Indudablemente, jamás habría alcanzado los titulares de medio planeta con una piel pálida, un padre electricista y una beca deportiva. Tampoco le habría venido mal una camiseta de Taylor Swift en vez de una de la NASA. A Ahmed le convenía conformarse con superar el instituto con la nota justa, casarse a los 23 años con una compañera de clase y dedicar su vida a beber cerveza Bud en un bar de carretera, aplaudir sin entusiasmo el último touchdown de los Dallas Cowboys y mecerse a la luz del crepúsculo en el porche de su adosado con dos plazas de aparcamiento y sótano sin reformar.Ahmed

Pero no. Ahmed prefiere inventar relojes que parecen bombas. No ha leído a Cortázar, que advierte de los peligros de estar pendiente de la hora. No ha leído en los gestos de sus vecinos, que ven el camino del infierno en los sucesivos tonos de oscurecimiento de la piel y creen que los rótulos están escritos en el árabe del Corán. No ha leído el anuario de su colegio, en el que los empollones siempre salen mal parados en las fotos de las orlas. No ha leído la sinopsis de la película Gremlins, en la que un inventor desencadena un apocalipsis por su estúpida manía de apostar por lo nuevo en vez de elegir lo seguro. No ha leído el entrelineado de la Historia, que dice que la humanidad ha avanzado a pesar de la humanidad, que repite que preferimos la superstición al descubrimiento y que insiste en que a Galileo lo tenían que haber arrojado desde el ático con vistas al Arno de la Torre de Pisa.

A Ahmed jamás lo habrían esposado a los catorce años si no fuera hijo de un musulmán que vive en Texas. Tampoco le habrían escrito el presidente de su nación y uno de los hombres más ricos del mundo si no viviera en Texas. Su caso es una flagrante infamia xenófoba y racista. Sin duda. Pero no hay que olvidar que también dedica su tiempo a crear relojes y viste camisetas de la NASA. Ha marcado su propio camino a ritmo de tictac. Confía su futuro a una maquinaria ingeniosa. Tiene cabeza pero no quiere ser médico, sino cambiar el rumbo de las cosas. Y eso, a los catorce años, no está bien visto en ningún sitio. Solo le aplaudiremos cuando su trabajo sea efectivo e imparable y él lleve varios años encadenado a una cátedra de prestigio.

Share and Enjoy

  • Facebook
  • Twitter
  • Delicious
  • LinkedIn
  • StumbleUpon
  • Add to favorites
  • Email
  • RSS

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*