Hoy se estrena Irrational Man. Y recuperaremos el viejo tic de ir a ver el último estreno de Woody Allen. La entrega anual, antes en febrero y ahora como regalo del otoño, como las castañas, la caída de las hojas y la toma de conciencia de que hay otros mundos, pero siempre son el mismo y comienzan a finales de septiembre. Puede parecer costumbre. Puede parecer que un impulso atávico nos conduce a los cines con cada una de sus propuestas. Que, como piensan algunos de su cine, hemos puesto el piloto automático y nos dejamos llevar por su nombre, irracionalmente, como en un acto reflejo, sin conciencia ni exigencias. Que nos citamos cada año con sus películas porque así está escrito en algún evangelio apócrifo, olvidado, snob y desganado. Pero, en realidad, se trata de un acto de rebeldía. Un levantamiento pacífico contra la rutina, la Toma de la Bastilla de los acomodados que bostezan en el sofá. Porque no nos acordamos de nuestro aniversario de boda cada año. No nos hacemos la analítica recomendada cada año. No volvemos al pueblo cada año. Ni siquiera resucitamos a nuestro dios cada año. Pero, amigo, se estrena la última de Woody Allen y allí estamos. Con nuestra entrada y sin expectativas. Sin importarnos lo que piensen de nosotros. Cada año.
Woody Allen es nuestro menú de trattoria. Solamente parecen existir cuatro platos que escoger, pero es nuestro restaurante favorito, el que mejor cocina las salsas y el único en el que podemos confiar. Irrational Man, cuentan los cronistas, es la deconstrucción de una conciencia reconcomida como ya lo fueron antes Delitos y faltas o Match Point. Una de las opciones, junto a la comedia romántica definitiva (Annie Hall o Manhattan), el asado reconcentrado de inspiración europea (Otra mujer o Interiores), la deconstrucción de más allás (Midnight in Paris o Desmontando a Harry) o los postres que demuestran que necesitamos la carcajada tanto como el azúcar (La última noche de Boris Grushenko o Misterioso asesinato en Manhattan). Hay más. Desde declaraciones constantes de amor al cine (La rosa púrpura del Cairo) hasta innovaciones técnicas (Zelig), pasando por la película más triste que jamás ha rodado un cómico (Blue Jasmine). Pero nos hemos empeñado en cronificar la ley no escrita de que Woody Allen siempre hace la misma película. Y también es verdad.
Woody Allen se repite y sin embargo nunca es igual, como el rito católico, la corrupción del poder, la eternidad del amor, la avaricia empresarial y el rostro de los recién nacidos. Y como nuestras vidas. Con sus cumpleaños, sus recibos, sus viajes en Ryanair, sus peleas contra lo imposible, sus ganas de escapar, sus sorpresas en la consulta del médico, sus ex inolvidables, sus nóminas a final de mes, sus hijos adolescentes, sus neurosis obsesivo-compulsivas, sus lecciones aprendidas, sus titulares de prensa, sus guerras por dinero, sus compras semanales en el Carrefour y sus uñas cortadas con periodicidad. Pero nuestras vidas nunca están tan bien escritas como las películas de Woody Allen. Por eso necesitamos saber que con la rutina y tres o cuatro costumbres podemos alcanzar la excelencia. Y ahí es donde radica su secreto.
Y sin embargo… Y sin embargo, el protagonista masculino (lo hace Phoenix) resulta charlatán, pesado y no muy convincente. Alguien que decide convertirse en asesino para salvarse de la mediocridad y el alcoholismo, y que luego decide matar a su joven amante (que hasta ese momento era para él un regalo del cielo) para salvarse de la cárcel, bien hubiera podido ser más eficaz para el espectador. La historia que se cuenta tiene humor, claro, pero poco. Y es más previsible de lo que conviene. La protagonista femenina (Stone) me pareció bastante más brillante durante casi toda la película que su contraparte.
Así que allí estuve yo, con mi entrada pero con expectativas, que han quedado casi intactas para la próxima. O para alguna anterior, porque el orden de los factores está a disposición de nuestro albedrío.
¡Buen artículo, señor Farero!
Gracias, Salva. Seguro que entre la filmografía de Woody Allen encuentras algo que colma tus expectativas. Tienes las puertas del Faro abiertas, vuelve cuando quieras.
Gracias, señor Farero. El único problema que tengo con W. Allen es que hace varias décadas que me hice woodyallenígena y me gustaría que hiciera una pelicula cada trimestre y que cada una me gustase siempre más que las anteriores.