El argumento es excepcional. La temeridad de la juventud desencadena la Tercera Guerra Mundial. Miles de soldados utilizan dispositivos con GPS para sus ejercicios diarios para mantenerse en forma y revelan la ubicación de bases estratégicas secretas en países en conflicto. De ahí a los ataques terroristas y un previsible bombardeo posterior solo media lo que tarde este enloquecido mundo en sacudirse las legañas y liberar el resentimiento que protagoniza los coletazos de la Historia que andamos viviendo. La lucha contra la obesidad del ejército norteamericano como espita del Apocalipsis. Y todo, porque a los jóvenes les preocupa más mostrar sus avances en las redes sociales que desactivar el localizador de su pulsera Fitbit para proteger su vida y las de sus compañeros. Según sus oficiales y según Strava, la empresa que diseña los dispositivos.
En realidad, el postureo no es nada nuevo. La adolescencia y primera juventud es un momento en el que se pasa de cero a cien sin apenas tener la noción de lo que significa la velocidad. Es una época en la que se testan los límites, se quebrantan las normas y se desobedece por decreto. Todos lo hemos hecho. Todos lo seguirán haciendo. Hemos lanzado piedras, hemos protestado contra la autoridad, hemos acelerado hasta dejar de ver las señales de tráfico, hemos liado un petate para escapar de casa y hasta hemos llamado a la chica que nos gustaba sabiendo que iba a contestar su padre. El riesgo y la transgresión son inherentes a esa esquina que separa los diecimuchos de los veintipocos. Sean soldados, futbolistas o hijos de fontaneros. Y que ahora se refleja en la transmisión de imágenes eróticas por el Whatsapp. En la dependencia de la admiración constante de nuestros seguidores en las redes sociales. O en la dosis diaria de información intrascendente sobre los kilómetros que hemos recorrido alrededor de nuestro cuartel ultrasecreto en Kandahar.
Lo sorprendente es que quienes caen presas de la brecha digital son, precisamente, aquellos que han nacido con ella. Lo diferente es que sus padres no son capaces de advertirles sobre los peligros porque no los conocen. Nadie podía prever los accidentes de tráfico antes de la invención de la rueda. Nadie es capaz de adivinar la perversión de las nuevas tecnologías hasta que no asoma la patita por debajo de la puerta. El abismo tecnológico, el mayor avance de la historia del progreso, está ocurriendo en estos momentos. Y está creando una sociedad llena de lobos desconocidos que acechan en un bosque que ni siquiera sabemos dónde está. El descaro de los jóvenes desencadena la Tercera Guerra Mundial. Hasta que crezcan, tengan hijos y les avisen de los peligros de un GPS. Como a nosotros nos advertían de que hay que mirar antes de cruzar.