Se están cumpliendo cincuenta años de casi todo y parece que solo ahora nos decidimos a abandonar el parque de bolas y las medialunas de jamón y queso. Durante todo este tiempo, parecía que solo la Unión Soviética y la televisión en blanco y negro hubieran perdido vigencia respecto a aquel momento en que buena parte de la sociedad decidió cambiar el vestuario de invierno por una rebelión de primavera. Fue en mayo, fue en París y fue joven. Pero también fue la música, que no ha dejado de sonar a Beatles o a Rolling Stones, también fueron los derechos civiles, que no han dejado de darse una y mil veces contra el mismo muro. También fue una guerra que sigue vigente, porque al fin y al cabo todas las guerras son la misma desde que los prehomínidos de 2001 (que también cumple medio siglo) descubrieron el monolito.
Todo cumple medio siglo y solo ahora nos ha caído el reloj encima. Como si de repente, aquel mayo de París fuera el hijo que vive con nosotros porque aún creíamos que era adolescente y ya comienza a acusar los efectos de la presbicia. De aquellos días queda la vejez de Dani el Rojo y el recuerdo imborrable de quienes no lo vivimos más que de oídas y nos conformábamos con pensar que la revolución consistía en andar descalzos por el salón mientras fumábamos porros, escuchábamos a The Doors y nos olvidábamos de ir a la peluquería cada mes. Mayo del 68 se diluyó como se diluyen todos los motines, pero dejó una estela de propuestas que jamás se van de la cabeza, como las cancioncillas de los anuncios de nuestra infancia. Los adoquines vuelven a pavimentar las calles de París, la izquierda sigue dividida entre Sartre y Camus, o entre Marx y Lenin, o entre el hambre y las ganas de comer. Y los estudiantes de entonces ya buscan un terreno con sol y buenas vistas para atravesar su jubilación bien merecida. Pero todo reverdece por momentos cuando el 15M toma las calles o encontramos la cassette perdida de The Creedence Clearwater Revival, aunque ya sabemos que la única revolución posible de ahora en adelante tendrá nombre de mujer.
No parece que nos demos cuenta, pero cincuenta años antes de que nuestra generación entrara en la universidad, Europa estaba en guerra, en la radio solo se escuchaban el jazz y la copla y el color del cine aún estaba en fase de pruebas. Pero entonces todavía iba todo más despacio y aún conocíamos la tierra que pisábamos. Ahora viajamos en una cinta transportadora acelerada cuyo destino final ignoramos y hasta los atardeceres son de 140 caracteres, porque nos cansamos antes de leer. Casi todo lo que cumple cincuenta años comienza a aparentar su verdadera edad. Pronto estará tan lejos como el descubrimiento del fuego, la colonización de América o aquella muchacha que conocimos una tarde mientras jugábamos en la playa. Va siendo hora de preparar una nueva revuelta. Tal vez en mayo de 2019.
Parece que Mayo del 68 no conviene recordarlo. Quizá hizo temblar al capitalismo, pero ahora vemos pretencioso tal objetivo, si es que alguna vez lo tuvo.
El capitalismo todo lo asimila, lo transforma, lo diluye.
Ahora que somos tan dados a conmemoraciones, extraña tanto silencio y olvido. Pasará el cincuentenario y no habrá celebraciones apenas. Yo, como creo que Rafa Burgos, pienso que desde el 8 de marzo estamos en plena Revlución Feminista.