Dos náufragos de esta mañana

Es increíble, me dice. Trato de evitar su mirada, aunque con los años he aprendido que eso no sirve. Increíble, repite. El anuncio de la Quiniela, concreta. Esta vez me mira para demostrar que somos dos los náufragos de su isla desierta de esta mañana. Suspiro y busco la complicidad del camarero, que cierra unos ojos que dicen que no pasa nada, que es de la casa, que tranquilo, que es buena gente, que no está borracho. Todo eso apenas con un leve gesto mientras calienta la leche de un café con ese borboteo metálico y ese ruido infernal. Creí que había desaparecido ya, continúa, que había sucumbido a las casas de apuestas. La quiniela, remarca. Pero parece que han decidido gastar sus últimos ahorros en tratar de reanimar al muerto. Sigue mirándome mientras busco la contraportada del periódico y le doy cien, mil, cien mil vueltas a la cucharilla para que se reparta bien toda la leche condensada. A todo el mundo le hace gracia que le dé tantas vueltas a la cucharilla. Más que un anuncio parece una esquela, continúa, los últimos latidos de la máquina. Pero ya es tarde. Las casas de apuestas los han aplastado, patrocinan a los equipos fuertes, tienen hasta canales de televisión, son online. Cedo a lo inevitable, no parece que me vaya a dejar leer. Tienen hasta máquinas de bar, exclama. El camarero le reprende elevando la barbilla. No en este, claro, admite. Baja un poco la voz. A ellos tampoco les avisaron de que el mundo iba a morir y resucitar en tres minutos.Espejo1

Tú eres de aquí, te acordarás del marcador simultáneo que había encima de discos Sellés. Lo miro por primera vez. Aquel tablero estaba en un ventanal enorme y me recuerda mi infancia, un paseo con mi padre un domingo por la tarde, una manera de enterarse de los resultados deportivos al salir de marcha los sábados. Un buen día, ya no estaba, continúa. Simplemente, desapareció. Todo ha cambiado muy rápido, nadie nos avisó, repite. Caigo en la cuenta de que, en efecto, hacía años que no oía hablar de las quinielas. Tú, por ejemplo. Te observo todos los días, asegura. No me inquieta, porque yo suelo hacer lo mismo con gente con la que me cruzo constantemente, llegan a convertirse en retratos que trato de interpretar. Mis pensamientos no le interrumpen. Buscas siempre el mismo periódico, él te sirve tu café sin que se lo pidas y te enfrascas en la lectura, de atrás hacia delante. Y también me mancho los dedos de tinta, pienso. Pronto dejarás de hacerlo. Los periódicos también están muertos, sentencia. Miro al camarero. Cabecea levemente como diciendo que no, que no sabe nada de mí. Ni de mi profesión.Espejo2

Me pregunta si me gusta el cine. Sonrío levemente. En mi trabajo pasa lo mismo, somos como George Kaplan, añade. Me vale con que le guste Hitchcock. No quiero que me informe de su trabajo. Aguanto la sonrisa, aunque no lo necesite para continuar. El protagonista de Con la muerte en los talones, ya sabes. Somos iguales. Todos. Vivíamos en la inocencia de vivir. Y nos han metido en un asunto turbio del que no somos culpables ni tenemos ni idea. Así, de repente. Le escucho con algo más de atención, mientras sorbo el café. Y ahora mismo, estamos en medio de la nada, en una encrucijada, esperando que alguien nos descifre el argumento de la película. Es casi kafkiano. Enarco las cejas, mientras levanta la voz para pedirle al camarero que le cobre. Saca unas monedas. De alguna manera, los mismos que nos han metido en esto, han venido con la avioneta fumigadora para dispararnos. Recoge el cambio. No hay trabajo, no hay sueldos, nos han acostumbrado a que seamos nosotros quienes les salvemos el culo. Se pone la chaqueta. Todo aquello a lo que nos podíamos aferrar está desapareciendo. El futuro es hace un mes, nos ha pasado por encima, dice mientras hace tintinear las llaves de su bolsillo para comprobar que siguen ahí. Tenemos que aprender a adaptarnos, grita, mientras se encamina hacia la puerta. Cuando desaparece en el brillo solar de la calle, tomo otro sorbo. Palpo el periódico. Una mujer se sienta a mi lado y pide un café con leche, con la leche caliente.

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