Mercado de metáforas

Hemos creado una sociedad tan literal, que corremos el riesgo de extinguirnos por aburrimiento. No se trata solo de pérdida del sentido del humor, sino de incapacidad para la greguería, que no sé si continúa estudiándose en las clases de Literatura. Hemos llegado a ese punto en el que los jeroglíficos son solo un souvenir egipcio, en el que se confunden los tropos con las mentiras y en el que hasta los oídos apuestan por el hiperrealismo. La metáfora y la ficción son juguetes para niños pobres y los planes de estudio son una guía para sobrevivir en Wall Street. Y la culpa, probablemente, la tiene una sobreexposición a los mensajes audiovisuales, que tienen la capacidad de adormecer a la imaginación. Si nos atenemos al relato fidedigno de los hechos, corremos el riesgo de olvidar cómo se recordaba, cómo se inventaba, cómo reptaba cada noche por el techo de nuestra habitación aquella rata que no era más que una sombra.Metáforas

No siempre fuimos así. Leo un reportaje en el que hablan de las mentiras que colábamos en los mapas cuando éramos conquistadores sin recursos y las leyendas cotizaban al alza en el imperio en el que nunca se ponía el sol. Es hasta tierno. Las huestes españolas en América se comían hasta las tarántulas y mandaban una cartografía de leyenda para captar la atención de los soberanos. Que las compraban. Así, al parecer, nació El Dorado. En los tiempos de Google Maps nadie se habría creído que las esmeraldas brotaban en racimos, que los ríos de oro atravesaban la selva y que los animales fabulosos de los Andes libaban el néctar de nenúfares. Sin el lejano parecido de los rinocerontes con los unicornios, habría sido mucho mejor quedarse en casa que remontar el Nilo. Sin la promesa de la Atlántida no conoceríamos a los calamares abisales.

No fue la realidad la que nos hizo crecer, sino las expectativas que la imaginación nos hacía albergar. No somos herederos de la manzana de Newton, del moho de Fleming ni de los dados divinos de Einstein, sino del interés por el relato que había detrás de ellos. Hay esperanza, todavía. La generación que se crio con los hechizos de Harry Potter tiembla ahora con los dragones de Invernalia. Somos los bisnietos de los hombres que crearon a Dios a su imagen y semejanza. Necesitamos a los mitos para escapar de una realidad que nos atrae hacia el suelo como la ley de la gravedad. El mercado de las metáforas volverá a estar en auge.

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