Muertes de artistas

La muerte convierte la vida en una entrada de enciclopedia. En una cronología acelerada, en una mano de cartas buenas, en la sala de un museo con aire acondicionado y perfectas condiciones para la conservación de las colecciones. En una serie de frases enumerativas separadas por comas y con un punto más definitivo que final. Una lista de la compra. O eso creen en los periódicos. La semana comenzó con la muerte de dos celebridades del cine, George A. Romero y Martin Landau. El primero tuvo más suerte. Creó para el cine el subgénero de películas de zombies, de tal manera que todo lo que vino después se parece a su filmografía. La influencia es tan grande que hasta lo que se aleja de su trabajo se mide, precisamente, en función de la distancia con Romero. Además, resucitó uno de los debates estériles más hermosos del cine, que es el que enfrenta a los aficionados de los muertos vivientes con el de los apasionados de los vampiros. Su obituario olía tanto a carne pasada por el microondas de los virus como a charla de madrugada que no quiere acabar nunca. Sin embargo, Landau apenas recabó una escueta frase como esta.

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Martin Landau encarna a Bela Lugosi en ‘Ed Wood’. / IMDB.COM

Debutó en Con la muerte en los talones, triunfó en televisión con Misión Imposible y se convirtió en leyenda con dos papeles, el protagonista de Delitos y faltas y la encarnación de Bela Lugosi de Ed Wood. Y así lo recogieron las necrológicas. Tal cual. Un mero repaso a los datos que aparecen en imdb. Esa quiere ser la función del periodismo, la de informar desde el otro lado del cristal. Y en la mayoría de los casos, ese es su deber. Los obituarios de Martin Landau en los dos principales periódicos de este país eran una oda a la objetividad. Un imposible, porque no existe la poesía de lejanías. Landau merecía más, merecía una despedida tan hermosa como la que interpretó para su Lugosi a las órdenes de Tim Burton. Merecía robar planos como hizo con James Mason en la película de Hitchcock, merecía el estremecimiento que genera una de las obras maestras de Woody Allen. Merecía que la crónica de su vida la hubiera escrito el abuelo que nos cuenta la misma historia una y otra vez con la misma intensidad y la carne de gallina. Y no un notario.

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Landau, junto a Woody Allen en la escena final de ‘Delitos y faltas’. / IMDB.COM

También somos los artistas que elegimos. Los que consiguen que sus personajes sus obras, sus libros, sean nuestros. La biografía de Pasolini sigue incompleta, como demuestra que acabe de morir su presunto asesino y nos siga conmoviendo el enigma de lo que sucedió aquella noche en que recibió una paliza brutal en la playa de Ostia. La de Dalí seguirá sumando notas a pie de página una vez se resuelva la surrealista demanda de paternidad interpuesta por una vidente de Girona. Hasta el suicidio de Urtain, del que hoy se cumplen 25 años, alarga la vida de quien fue más un símbolo que un boxeador. Por eso interesan hasta a los periodistas, que han recurrido a ellos esta semana. Los artistas y famosos son desconocidos que generan sensaciones a su muerte similares a las de nuestro círculo más cercano. Y a nadie le gusta un recuerdo frío y aséptico para aquella persona que le dejó un reguero más o menos extenso de migas de pan en su camino.

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