El tiempo redondo de Centelles

Hay algo en la fotografía de Agustí Centelles de guion escrito a máquina, de cortometraje oculto tras mil planos fijos, de historia que se cuenta antes y después del disparo de luz, de trama no lineal, de universo curvo. De una cuarta dimensión que no sería el tiempo, sino el conocimiento exacto de lo que va a suceder porque ya ha sucedido antes, de puesta en escena del teatro del mundo. Hay algo en esa fotografía en la que posa una brigada del POUM y atrás, con estatura de ciprés y mirada de atalaya, destaca la mirada y el bigotillo de George Orwell, alimentado en un Londres en el que sí había leche fresca y carne de cordero. Hay una sensación de que Centelles ya sabía que aquel inglés larguirucho iba a memorizar todo lo que estaba ocurriendo, incluso lo que aún tardaría tres cuartos de siglo en suceder.Centelles 1

Hay una sensación de estar en el lugar al que le ha llevado la Leica como si fuera la flauta de Hamelín y al mismo tiempo, de vivir varios meses por delante. De cubrir la visita del cardenal Pacelli a Barcelona como si ya fuera Pío XII, de asistir a la proclamación de Independencia de Cataluña en 1934 como si ya hubiera estallado una guerra que llegaría dos años después, como si se hubiera empezado a redactar ochenta años después. Cierta tendencia al encuadre repetido a fuerza de romper las reglas, al protagonista recobrado, que nunca es una persona sino un arma cargada y a punto de detonar. Hay una profecía de meses y otra de décadas en su colección, hay también un atlas humano y una cronología pregregoriana, una manera de retratar a los milicianos de la Guerra Civil como si fueran egipcios, cromañones o ciudadanos del siglo XXX.

Centelles 2Hay una mirada de quien sabe dónde mirar, un navegador que te conduce a una barricada con caballos. Hay unos niños en plena guerra jugando a la guerra, pero a otra guerra distinta que es como todas las demás guerras. En apenas una imagen vallada por un sobrio paspartú y cuatro finos listones de madera, cabe toda la complejidad del ser humano, con la precisión afinadísima de una elipsis de Kubrick. Está Altamira, está Goya, está el dolor que nos enfrenta cada cierto tiempo, como para aligerar lastre del planeta, están los tres versos del haiku de la Tercera Guerra Mundial. Hay un soldado que escribe sobre una caja de madera, hay una despedida a destiempo, hay una imagen de Robert Capa en la que sonríe, pero no a la cámara, sino con la cámara, mientras persigue un coche oficial, quién sabe si con la energía de un apasionado de su trabajo o con la sorna de un visionario. Y hay hechos y personalidades y pies de fotos y el fin de una etapa representado por una hilera de letrinas en un campo de concentración.

Hay un déjà vu consciente y programado en Centelles. Como si fuera él quien hubiera activado la rueda que da vueltas a la Historia.

(La exposición Tot Centelles permanecerá en la Lonja del Pescado de Alicante hasta el 3 de septiembre)

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