Nadie quiere ser portero. Salvo los locos, los conformistas, los solitarios y algún niño tímido y empollón que ve en la portería el lugar perfecto para integrarse en una sociedad que no entiende. Que ve en los guantes granulados y la camiseta verde con el uno a la espalda su salvoconducto hacia el mundo exterior, ese que se ve y se escucha desde la ventana de su habitación, cuando se encierra a leer o dibujar. En cierto sentido, los porteros son el elemento más perturbador del fútbol. En un deporte que cotiza en función de los goles, nadie quiere ser el protagonista de un cero a cero. El encargado de evitar el espectáculo. El sumo hacedor de las frustraciones de la hinchada, de la suya y de la de enfrente. El portero es el renegado, el proscrito, el ángel caído de una religión cuyo sumo pontífice luce el dorsal número diez.
El portero es la vergüenza de la favela, la diana de las barras bravas, la figurilla aislada del cuatro-tres-tres de los futbolines. Es el sobrio capitán veterano o el exhibicionista que lanza penaltis, inventa el escorpión o cabecea los córners cuando falta un minuto para acabar el tiempo de prolongación. Cualquier otra cosa es la nada y el olvido. Nadie quiere ser el sparring de un balón, nadie quiere ver el partido desde la línea de tres cuartos, nadie quiere limitarse a fijar la posición de la barrera para que un delantero la sobrepase y acaricie la escuadra. Ningún alevín quiere medir más de 1,80, no vaya a ser que el entrenador lo ponga bajo los palos. Salvo los locos, los conformistas, los solitarios o algún niño tímido.
Sucede además, que el fútbol ha cambiado desde que lo contaban Galeano o Fontanarrosa. Y ahora los porteros deben manejar bien el balón con los pies. Con lo que cualquier futbolista de buen toque y aptitudes para sacar el balón controlado desde la defensa puede sentir la amenaza de acabar de guardameta. De cambiar la velocidad por los reflejos. De adquirir las manías de trazar una perpendicular desde el punto de penalti, besar los tres palos o colgar una toalla de la red. De poder tocarla con la mano. De tener un preparador específico. De ser el muro en un deporte que consiste en derribar muros. Un míster avispado puede percibir que en ese niño que no quiere ser portero hay un gran portero. Y fastidiarte la vida. Porque desde ese momento, comprendes que naciste para situarte sobre la línea, para despejar los balones aéreos y reaccionar como un gato en la final de la Champions. El éxito se convertirá en tu mayor pesadilla. Pero tendrás que renegar de que te envíen otra vez al filial. Tendrás que asumir convertirte en una leyenda de tu equipo. Tendrás que lamentar toda tu carrera aquella vez que te lesionaste por ejercer de capitán. De líder. De elemento indispensable de un once en el que todos querían acompañar al diez. Y tú solo lucías el uno en la espalda.
Ser portero no es tan malo. Yo lo he sido en deportes minoritarios como hockey o fútbol sala. En campo grande tiene el inconveniente de la soledad si tu equipo ataca y el agobio si eres inferior a tu rival, pero la ventaja de que parece que «dominas» todo el campo.
En campo pequeño puede llegar a ser el líder por esa visión global del mismo.
El problema es mediático ya que en esta sociedad se «consumen» goles, no paradas.
Sin duda, el mayor privilegio y el mayor castigo para los porteros es que son personajes únicos. Es lo que los pone en el disparadero. No conocía tu faceta deportiva. Otro tanto que apuntarte.
Muchas gracias por pasar por el faro, Alfonso. Vuelve siempre que quieras.
Desde luego que ser portero es una posición muy peculiar en el mundo del fútbol, pero lo que yo he percibido es que es completamente vocacional, apasionante para quienes ejercen este papel callado y desagradecido, y muy muy emocionante para quienes lo seguimos desde la grada. ☺
Sí es vocacional, desde luego. Pero también es el puesto que (casi) nadie quiere cuando se juegan partidillos entre amigos.
Sigue disfrutando de la emoción de la grada. Y sigue pasando por el Faro, Sonia.
Muchas gracias por darle más voz.
A mi me gusta mucho ser portero y en realidad es la posición más importante y la que si eres bueno eres indicutible.
Sin duda, su condición de figura única lo distingue del resto de sus compañeros. Muchas gracias por tu comentario, Anxo. Bienvenido al Faro.