Niñas (1). Veinticuatro horas

En apenas veinticuatro horas, la erupción de un volcán puede arrasar una ciudad entera. Pueden romperse cinco mil matrimonios por causas estúpidas y venderse las ochenta mil entradas de un concierto de rock en Singapur. En tan solo veinticuatro horas podrá comprobar un meteorólogo si la tecnología no es más que un fraude. Nacerán más de 365.000 niños en todo el mundo y 2.700 suicidas escribirán una carta para intentar explicar lo que no han podido entender. En tan solo veinticuatro horas podemos perder las llaves, llegar a Nueva Zelanda, enamorarnos sin saberlo, cumplir la última voluntad de nuestro padre ya fallecido y ganar una liga más. Alguien patentará esa idea que tú tuviste hace meses y la lluvia arruinará los cristales que limpiaste ayer. En apenas veinticuatro horas se pedirán diez mil deseos y cinco libros agotarán su primera edición. Y veinticuatro horas después, el sol volverá a salir por el este.

En tan solo veinticuatro horas se puede pasar de una sobremesa de domingo de mayo con comunión, pongamos por caso, a asesinar a la jefa de tu hija. Dormir mal, alimentar el odio, reunir razones para un crimen y repasar dieciocho veces un plan que no puede fallar. Ducharte por la mañana, desayunar con tu marido el policía, comprar el pan y unos dulces, telefonear a tu hija y quedar con ella cerca del río. Cargar el bolso con la pistola, consultar los detalles recabados durante meses, aparcar cuatro calles más allá. Plantarte junto al puente bajo el tibio sol castellano, esperar a que cruce sola, seguirla durante diez pasos y disparar. Y disparar. Y disparar, disparar, disparar.

Veinticuatro horas
El posicionamiento en internet ha asesinado a la paciencia.

Gracias a un testigo, en tan solo veinticuatro horas la policía podrá detenerte, reconstruir el crimen, certificar el móvil, demostrar tu culpabilidad y echar por tierra todas tus coartadas. Lo negarás y finalmente confesarás. En el plazo de apenas veinticuatro horas, serás la única culpable del asesinato de la mujer que se atrevió a despedir a tu niña por el único motivo, quizá, de servir a unos intereses que no son los tuyos, sino los suyos. De lo que ocurrió en los medios y las redes sociales en apenas trescientos minutos, de los bulos, rumores, infundios, falsedades, quinielas, chistes, prisas, vaticinios, posicionamientos, elucubraciones, teorías, realidades, desmentidos, mentiras, aplausos, suposiciones, prejuicios, pésames, acusaciones, impaciencias, apropiaciones, críticas, propuestas de censura y faltas de profesionalidad, los únicos culpables somos todos los demás. Y ni una muestra de arrepentimiento, veinticuatro horas después.

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