Niñas (2). El cuarto cerrado

Generalmente vengo los miércoles. Levanto las persianas y el sol mueve las motas de polvo. Me embobo siempre, un poco. Qué tontería. Después de un rato, ahueco los cojines y los vuelvo a dejar en la misma posición. Lo demás, ni lo toco. Ya no. Al principio no quería ni salir de aquí. Fue mi madre la que decidió mandarme a casa de mis tíos, para entrar en la universidad. A duras penas me convencieron entre todos de que sería mejor. También fue mamá la que recogió mi ropa y todo lo imprescindible. Yo ya había salido, llorando y cabreada. Después me dijeron que lo habían hecho adrede. Tardé unas semanas en acostumbrarme a mi nueva habitación. Apenas comía. Apenas hacía nada. Solamente miraba por la ventana. Hasta que poco a poco fui viviendo otra vez.

Ahora odio venir aquí. Es curioso, porque otras amigas me dicen que añoran sus juguetes de infancia, sus posters, sus libros y fotografías. Pero aquí parece que se haya parado el planeta. Solo se mueven las motas de polvo. Esto lo limpia mi abuela, la pobre, que intenta que todo quede en su sitio. Qué maniática es. Cada cierto tiempo, me recuerda que qué lástima de habitación, que con las vistas que tiene, que si fuera huele a azahar. A veces pienso que está deseando que vuelva. No yo, sino la niña que vivía aquí. A veces, ya menos, yo también lo pienso. Pero no puede ser. No quiero que sea, tampoco. Aquí quedaron los peluches, las fotos, los cojines y un póster de Johnny Depp. Nadie me lo ha dicho, pero supongo que los cajones están vacíos. Todo lo que servía me lo llevaron. Lo que queda dejó de ser mío hace tiempo. Y sin embargo vengo cada semana. Y aún no sé por qué.

Todos los miércoles la misma función. Paso por si mi abuela quiere venirse conmigo, pero nunca lo hace. Prefiere que le lleve un vecino. No hay manera. Siempre que se lo digo a Carlos, empezamos a reírnos, desde aquella vez que soltó que a lo mejor están liados. Mi abuela y el vecino, qué disparate. Carlos fue el primero al que conté toda mi historia. Los demás la sabían por los periódicos. Nunca olvidaré lo que dijo meses después. “Qué fácil es joderle la vida a la gente”. Es tan fácil como dejar que entre el sol para que levante las motas de polvo.

El cuarto cerrado
Lo que queda dejó de ser mío hace tiempo.

Generalmente dejo las persianas subidas. Ya las bajarán. Después de un rato, salgo del cuarto, le digo a mi abuela que si se viene, pone una excusa, entro sola en el coche y arranco. Al llegar a la cárcel, donde la encerraron por asesinar a mi violador, mamá siempre me pregunta: “Qué tal Johnny Depp?”.

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