No somos nada

El ser humano va a ser capaz de viajar en el tiempo. La ciencia ya está imprimiendo los billetes. Pero, al mismo tiempo, tiene tendencia a visitar constantemente el pasado. Y encontrarse tan a gusto en él como un gato en un invernadero. El mismo mecanismo que nos ayudó a escapar de la tiranía de los dioses puede conseguir que sintamos el síndrome de Estocolmo y necesitemos encontrar el camino de regreso a las mazmorras. Alguna vez, solo en el último siglo, logramos ser Galileo y girar en torno al sol. Pero, en los últimos tiempos, el antropocentrismo está de vuelta en las pasarelas, como el último diseño de Lagerfeld. No es más que eso la lucha por evitar el deterioro del planeta y nuestro fin como especie. El enfrentamiento entre quienes tienen razón y quienes tienen tan controlado el poder que pueden decretar que son el centro del universo. Eppur si muove.Nada

Y no somos nada, en realidad. Cualquier construcción humana es más frágil ante la naturaleza que un pino recién brotado en circunstancias adversas. No hemos sido capaces de conservar más que una de las siete maravillas del mundo. A Chernóbil han vuelto especies animales que huyeron despavoridas de la presencia humana, pero que han sabido adaptarse a la radiación nuclear. No sabemos enfrentarnos al diluvio ni al desierto. No podemos sobrevivir sin agua, sin oxígeno ni wifi. Hay quien sostiene que la naturaleza ha activado el mecanismo que va a frenar la sobresaturación de humanos. Que hemos alcanzado nuestro pico demográfico. Crecerá la infertilidad, desaparecerá el cromosoma Y. Nos ahogaremos en el humo de nuestro propio opio, como poetas del XIX, como villanos asiáticos de una novela de Salgari. De las grietas de nuestro cemento surgirán vegetales que aguardaban nuestra extinción.

Probablemente, lo tengamos merecido. Probablemente, solo sea una ley natural que da ventaja a los seres marinos, a los invertebrados dotados de un caparazón, a los organismos unicelulares que saben ordeñar la carroña de los tiempos. Solo cuando logremos convencernos de que somos más efímeros que el polen podremos reconciliarnos con la tierra del camino. Estamos al borde de la gran catástrofe, pero el planeta sabrá cuidarse de nosotros. Si queremos seguir alojados en él, lo primero que tenemos que hacer es bajarnos del pedestal y visitar de vez en cuando los cascotes de todos nuestros imperios. Que también desaparecerán, antes quizá de que se degrade el último envase sobre la Tierra.

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