Recuerdos borrados

Un estudio médico promete eliminar los malos recuerdos con la aplicación de un anestésico. Es para casos de estrés postraumático, aseguran, como creyéndoselo. Como si no fuera la aplicación práctica y social y contodalabuenavoluntad de un experimento militar, que es lo que parece. Eliminar los malos recuerdos. Bueno, no, mitigarlos, añaden, conscientes de que probablemente, nadie es capaz de asegurar que la memoria no deje cicatrices en esa parte del cerebro en la que se aloja lo imborrable. Pequeñas úlceras de origen eléctrico. Un chispazo, un cortocircuito. Bam! Por si acaso, el nuevo anestésico solo los mitiga. No los borra. Simplemente, el paciente no reacciona ante ellos con tanta virulencia. El golpe, el accidente, el atentado, la guerra, la muerte, el grito. Un leve sobresalto infinitesimal, que apenas vibra.Niebla

Y nadie explica qué podemos hacer con el hueco que queda después. Porque somos los recuerdos que ni siquiera sabemos que tenemos almacenados. Ya no esa canción, ese olor de la infancia, ese amigo del que jamás volvimos a saber y que sin embargo tenía un apellido igual al del médico, periodista, abogado, barrendero, evasor de impuestos o embajador plenipotenciario que acaba de salir en la televisión. No, no esos, aunque también. Los que nunca vuelven. La medicina consigue desgajar un momento terrible y a uno se le ocurre que al salir de la consulta, el paciente se encuentra un mundo completamente diferente, como los viajeros del tiempo descuidados que provocan una alteración en el espacio-tiempo. Un testigo presencial se borra el recuerdo del 11-S y cuando despierta, las torres siguen ahí.

Uno piensa que la superación de cualquier trauma es formidable. Por supuesto. Faltaría más. Pero de ahí para abajo, los recuerdos son nuestra esencia, lo que nos representa ante los recuerdos de los demás. Aunque nunca aprendamos de ellos. Aunque les tiemblen los resortes y aparezcan en los momentos más insospechados. Son nuestra auténtica forma de expresión, porque no son más que una certeza disfrazada con la verdad que hemos elegido. Basta probar con una foto antigua, de un momento que jamás olvidaremos, que siempre sorprende con un detalle diferente. No hace más que certificar que la realidad es aquello que vamos sorteando para convertirlo en un recuerdo. Incluso los peores. Para cuando llega ese momento en que estamos en una encrucijada y no viene ningún gato sonriente y evanescente a ayudarnos a elegir nuestro propio camino. Para así poder creer nuestras propias mentiras.

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