Quizá los niños de los 70 fuimos los primeros que crecimos sin un buen disney que echarnos a la boca. La compañía de Burbank andaba alicaída en las salas, con películas que no lograban conectar con el público infantil. El último clásico había sido Robin Hood (1973) y en la casa preferían investigar las posibilidades que les ofrecía la televisión. Solo en 1989, con La sirenita, volvieron a llenar los cines, con lo que quedó una década huérfana de cine infantil que hubo que llenar con otro tipo de propuestas. El hueco lo cubrió George Lucas con su primera entrega de La guerra de las galaxias. Poco después llegaría Steven Spielberg con ET y la saga de Indiana Jones. Pero en los cineclubs de colegio, el mayor semillero de espectadores de una época aún sin reproductores caseros de vídeo, los verdaderos triunfadores fueron Bruce Lee y el dúo formado por Terence Hill y Bud Spencer.
Toda una generación creció mecida por el sonido imposible de los golpes de kung-fu y los mamporros de los últimos coletazos del spaghetti-western. Eran películas baratas, repetitivas, tan divertidas como un parque de atracciones en el que los terribles efectos del zoom ejercían de montaña rusa. Lee era la venganza, el honor y la sangre. Hill y Spencer, la picaresca, la aventura y la carcajada incruenta que ya se había inventado en los tiempos del mudo. Para los padres, sin duda, era mucho más fácil llevar a sus hijos a ver Le llamaban Trinidad que Operación Dragón. Era un circo sin animales, el catecismo cinéfilo en el que resultaba fácil distinguir a los malos de los buenos y en el que, al final, ni los villanos salían perjudicados. Los chicos traviesos ganaban, las chicas guapas salían con ropa y la conciencia paterna mostraba un pronóstico leve, apenas con rasguños, magulladuras y un fuerte dolor en la barriga de tanto reír.
Nuestros hermanos pequeños, los nacidos en los 80, fueron la generación goonie. Nuestros hijos comenzaron a nacer con las primeras maravillas de Pixar y nuestras familias siguieron creciendo con las aventuras de Harry Potter en la gran pantalla. Pero para nosotros, Terence Hill y Bud Spencer hicieron tanto por la cinefilia como Spielberg o Lucas. En Almería. Con los restos de los rodajes de Sergio Leone. Con guiones en los que solo se iba modificando lo justo en las sucesivas producciones. Pero con la magia de las risas a bofetadas que sacó al cine de los barracones de feria y lo convirtió en el Séptimo Arte.
La verdad es que no vi mucho cine formado por la pareja de artistas que citas. Reconozco que alguna vi de ellos, pero los títulos de sus películas no los recuerdo.