Rodrigo Cortés: «Hay un proceso de entontecimiento imparable»

Ni atajos ni flechazos ni respuestas directas ni definiciones de diccionario. A Rodrigo Cortés (Orense, 1973) le gusta “dar una vuelta” a todo lo que se cruza en su camino. Con el empeño de un niño que abre un regalo y se queda con la caja. Con la sensación de que a veces el tesoro está en el mapa. Con la certeza de que todos los caminos que llevan a Roma comienzan con la espiral de Baldosas Amarillas. La fobia a las primeras impresiones le ha llevado a dirigir películas en Hollywood tras deslumbrar en Sundance, a reclutar miles de seguidores en la radio y las redes sociales, a hacer malabares con las palabras a diario en un periódico y a escribir libros. El último, Dormir es de patos (Delirio).

Cortés 1Esta semana, Cortés ha paseado por la librería alicantina Pynchon&Co este compendio de frases breves, el segundo tras A las 3 son las 2, de la misma editorial. La idea nació en Twitter pero crece sola y solo conserva el formato de 140 caracteres. “Las restricciones son un estímulo para la creatividad”, asegura Cortés. “Paradójicamente, te dan un inicio y un marco que con la página en blanco no sueles tener”. Tras un largo proceso de creación, selección y corrección, según explica Fabio de la Flor, editor de Delirio, el volumen reúne cientos de lo que Cortés llama “breverías, pedradas, tontadas o balas” y De la Flor, barriendo para casa, “delirios”. “También los llamamos antiaforismos porque, al contrario que los aforismos, no encierran ninguna vocación didáctica, ninguna moraleja. Huyo de ello de forma consciente. Procuro que no sean veredictos, aunque siempre acaben delatándote”, confiesa el director de Luces Rojas.

Ambos volúmenes “son libros perfectos para un amigo invisible que tenga el tope fijado en diez euros o para dejarlos en el baño. O para que si alguien te pilla leyendo, puedas esconderlos fácilmente en el bolsillo”, bromea su autor, para quien “primero fue la escritura y después, el cine”. Y ahora, ambas disciplinas forman una aleación en su trabajo. La explicación es simple. “La escritura dramática y la literatura se parecen, igual que se parecen la poesía y la lista de la compra”. También el proceso es similar. “En el montaje de una película, hay que desconectar el cerebro y tienes que dejarte guiar por lo que te dice el cuerpo, que te avisa de cada problema que encuentra en las sucesivas revisiones. La edición de un libro es igual”. Por supuesto, el cineasta que puso a prueba la claustrofobia de Ryan Reynolds en Buried también encuentra sustanciosas diferencias entre el cine y la literatura. “Hay una obsesión con el final de las películas que no existe en el ámbito literario. Nadie se acuerda de cómo acaba Rojo y Negro, por ejemplo, pero todo el mundo recuerda cómo termina El sexto sentido”.

Pero antes de que se enciendan las luces de la sala durante los créditos, en la pantalla se desarrollan historias que, en la filmografía de Cortés, acumulan lecturas que juegan al escondite con el espectador, que no siempre escucha lo que, en realidad, tiene que ver. Una densidad que no siempre convence al productor. “Cuando presentas un guion, lo más normal es que te diga que estás exigiendo demasiado al público y te pida que lo simplifiques, porque te subrayan que los espectadores quieren ver una película mientras envían whatsapps”, ironiza Cortés. “Con lo cual”, continúa, “se produce un proceso de entontecimiento imparable, porque si el nivel baja, el proceso de simplificación al que se te obliga cada vez es mayor”. Aunque todavía no hay señales del Séptimo Sello: “También he detectado cierta vocación por la amargura que no me gustaría alimentar. Trato de ser optimista. Ahora mismo hay gente que se expresa de forma muy interesante. Aún existen películas como las que a mí me gustan, las que me desafían, aunque no sean perfectas”.

Cortés 2Si el nivel está bajando, el consumo reglado cae en picado. “Casi nadie habla de forma honesta de las descargas ilegales y la piratería. Los productores que te dicen que se les está robando, en realidad, querrían que cada entrada costara 150 euros y que además se les diera millones en subvenciones por hacerlas. Los que defienden la libertad de internet, en realidad lo que quieren es que todo se les dé gratis, la cultura o unas zapatillas o la compra del supermercado. Todo gratis”, desvela el cineasta. “Es un debate estéril que se ha convertido en una lucha entre tribus que se lanzan palabras con las que no dicen lo que piensan”. Esta situación ha desencadenado, a su juicio, un efecto similar al de la crisis económica. “El gran problema de todo este asunto es que ya solo existen las películas minúsculas o las gigantescas. Se está eliminando la clase media. Directores como David Lynch o Peter Greenaway tienen casi imposible, ya, dirigir. Y, para más inri, cuando lo hacen, sus películas solo se exhiben en seis salas”, se lamenta. “Así que me parece bien que cada uno haga lo que quiera, pero ahorrándonos las lecciones. Por favor”.

La tendencia a buscar una segunda opinión bajo lo evidente también lleva a Cortés al pluriempleo creativo. A volver al mar en cuanto vislumbra las playas de Ítaca. “La gente, para elogiarte, te dice: ‘No cambies’. Se me ocurren pocas maneras más objetivas de fracasar que no cambiar nunca en la vida”, dice. Su trabajo es continuo y voluble, pero tan silencioso como el samurai de Melville. “Nunca hablo de mis proyectos, pero no por superstición ni nada parecido. No se dan premios a los proyectos, nadie hace cola para ver un proyecto, no se paga por un proyecto. Lo cual parece indicar que los proyectos no son importantes. Además, si un día dices que vas a rodar una película con Pacino en un taxi y luego no sale, por las circunstancias que sean, acabas condenado a toda una vida escuchando la misma pregunta de qué pasó con aquel proyecto de Pacino en un taxi”. Habrá que preguntar a Pacino. Quizá él sí lo cuente.

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