Ocurrió en 2014. El Servicio Nacional de Salud (NHS) del Reino Unido decidió dar a los médicos un incentivo de 55 libras, unos 72 euros al cambio actual, por cada diagnóstico de demencia que presentaran. La medida se eliminó tras la polvareda levantada por los medios de comunicación británicos –en concreto The Telegraph– y las controversias morales que levantó entre el colectivo sanitario, que calificó este incentivo de “soborno”, “parodia ética” o directamente “inmoral”. Los datos de esta iniciativa se han visto reflejados a principios de este año en el balance de 2014 del NHS. Durante los meses en que estuvo en vigor, los casos de demencia diagnosticados subieron un 20%, según el Telegraph.
La ocurrencia de la Sanidad británica es un nuevo retal que se suma a los cortinajes con los que históricamente hemos tratado de esconder la salud mental. Desde el principio de los tiempos. Cuentan los que saben que la atención de los trastornos psiquiátricos está lastrada por la incomprensión social, las dificultades socioeconómicas de las familias, la voracidad de las farmacéuticas y la desidia administrativa. No tan lejos quedan los manicomios carcelarios, las posesiones diabólicas, las correas y duchas frías, las lobotomías o los experimentos farmacológicos. Ahora, se estilan más los recortes en ayudas y subvenciones, los matices de valoración de discapacidad o los sobornos, como en el caso británico. La incapacitación de una persona da dinero, mejora los balances de las empresas que fabrican medicamentos y anula los derechos y decisiones del paciente que entorpece una herencia. Demasiado jugoso como para no meter mano.
En este caso son apenas 70 euros los que marcaban la diferencia. Una cantidad minúscula que podía destrozar una vida pero que no llegaba para pagar los plazos del deportivo, ni para un gramo de evasión, ni siquiera para rozar un muslo en un callejón oscuro de Whitechapel. Unas 60.000 personas fueron diagnosticadas como dementes, fueron desposeídas de su voluntad, fueron apartadas de los márgenes de la sociedad, tan solo porque el dinero nos vuelve locos. Unos 5.000 casos se firmaron rozando la medianoche, como para envolver en sombras la traición. Una de las características de los seres racionales es que nos asusta lo irracional. Nos asusta la muerte, los ruidos nocturnos, los trastornos mentales. Nos inventamos un dios o un demonio para dar sentido a lo que no entendemos. Tememos las voces que oímos en nuestra cabeza, las imágenes distorsionadas, los puzles incompletos y el desvanecimiento de los recuerdos. Pero mirando para otro lado no desaparecerán.