Seres imaginarios

La masacre del Charlie Hebdo nos recuerda que hay gente capaz de matar por un dios. Que, al fin y al cabo, es lo mismo que matar por un unicornio, por el Elvis octogenario que canta Love me tender en la ducha o por ese amor eterno que siempre quiso que volviéramos. Seres imaginarios. El único problema es que matar por un dios no tiene gracia. Mientras que si alguien matara por el Elvis octogenario, al día siguiente sería la comidilla de los bares. La masacre del semanario francés nos recuerda que matar por un ser imaginario solo consigue efectos contrarios. El número de la semana que viene, de solo ocho páginas por la escasez de efectivos, según ellos mismos han contado, será el más vendido de la historia. La islamofobia sumará votos en toda Europa. Las leyes mordaza se recrudecerán. Y ni siquiera aparecerán los vecinos de los asesinos a contar sorprendidos que eran buenos chicos, porque todo el mundo sabía que no lo eran.

Lo que sí han conseguido los autores de la masacre es demostrar que todo el mundo defiende la libertad de expresión cuando ni le roza y que en algún punto de la sociedad occidental sobrevive un ascua de sentido del humor. Lo de la libertad de expresión lo puede contar cualquiera que haya trabajado en un medio de comunicación. Cualquiera. Salvo los tiralevitas que venden los titulares a tanto el módulo, que confunden las grabaciones de noticias con los archivos de las cuñas o que minutan el telediario con la agenda institucional. Si no, que se lo digan a los dibujantes que desertaron de El Jueves por órdenes de arriba.

Sobre Charlie Hebdo
A todos nos puede caer un chiste encima.

Lo del sentido del humor es más difícil de explicar. Hoy todo el mundo defiende las tiras de Mahoma, pero no hay agencia de publicidad o humorista que no tenga una lupa sobre lo que produce. Se han quejado los enanos, las feministas, los políticos, los bomberos, los toreros, los artesanos del turrón, las víctimas del terrorismo, los gais, los heteros, los arquitectos, las prostitutas, los periodistas deportivos y los que no lo son, las castañeras, los servicios de limpieza, los banqueros, los futbolistas, los gordos, los calvos, las rubias de Wisconsin, los informáticos y hasta un señor de Burgos que tiene televisor pero está harto de resintonizar canales. Y lo han hecho por asuntos bien serios, pero también por campañas con más o menos gracia que ofendían su sensibilidad. Ahora que la masacre del Charlie Hebdo ha puesto la sátira en boca de todos, aunque con la mueca cambiada, asumamos que en algún momento nos puede caer un chiste encima. Solo así seremos todos Charlie.

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