Sombras y tiempo

En realidad, lo único que hicieron los Lumière al crear el cine fue incluir el tiempo en la ecuación de la fotografía. Las sombras se mueven, cortan la luz y generan historias. Eso es todo. El resto de los 120 años que acaba de cumplir el invento no es más que añadir capas a las sombras. Y al tiempo. Si sumamos las ecuaciones, las historias y el barracón de magia de Méliès, no es difícil entender que lo que nació como documental en una fábrica de Lyon derivara rápidamente hacia su primer género, tal como lo entendemos ahora, que fue la ciencia ficción, con su perenne obsesión por conseguir que el reloj acelere.

La llegada

Fotograma de la película ‘La llegada’. / Paramount Pictures/Youtube

La última prueba de que el tiempo es más lento que el cine –no olvidemos que es luz en movimiento, al fin y al cabo- es La llegada. Con ella, su director, Denis Villeneuve, ha tenido la oportunidad de ensayar las atmósferas oscuras, desenfocadas, claustrofóbicas y llenas de humedades que se prevé que aplicará en la secuela de Blade Runner. Además, se apoya en una heroína que, como quizá no se veía desde la adaptación de El nombre de la rosa, es de letras. Y, por último, aprovecha un libreto de Eric Heisserer sobre el primer contacto humano con los extraterrestres para reconfigurar la geometría del tiempo. Un siglo después, la relatividad de Einstein y todas las ramificaciones de la física de alta gama que de ella surgieron llegan al cine.

Interstellar

Nolan dirige a Matthew McConaughey en el set de ‘Interstellar’. / interstellarmovie.net

Ya sucedió con Interstellar, producción en la que Christopher Nolan cometió el mismo error que Villeneuve en La llegada: fundamentar su argumento en la bondad del ser humano. Ambas cintas tratan de representar la elástica del universo. Un siglo después. No es que el cine digiera despacio. Es que Einstein pensó demasiado deprisa.

Uno de los dogmas no escritos del cine es que cualquier aproximación a la ciencia ficción es tan solo una excusa para volver a 2001. Una odisea del espacio. La cinta de Kubrick sembró de miguitas el sendero que deben seguir las películas que nunca podrán ser tan pretenciosas como ella. Con solo un hueso y una nave espacial, Kubrick dibujó el retrato de nuestro mundo, que se resume en el protagonista más recordado de la película, HAL 9000: cuando las máquinas consigan humanizarse, tenderán al mal. Una vez resuelto el conflicto, la nave de 2001 nos guía por las teorías científicas del nuevo cosmos. Pero, a diferencia de Nolan y Villeneuve, Kubrick sí supo huir de la pedagogía. Y plasmó así la pureza del cine. Sombras y tiempo. Nada más.

2001

Imagen de la secuencia inicial de ‘2001. una odisea del espacio’. / El Faro del Impostor

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