Era el momento de los discursos. Justo antes de la entrada de la tarta de cumpleaños, que seguía oculta con un número redondo de velas a la espalda y el tamaño necesario para abastecer a todos los que estábamos allí, invitados por familiaridad, por cortesía o por exhibicionismo. Fueron sucediéndose los halagos de altura, los recuerdos con firma, la misma prosa de madera de todas las celebraciones. Y en cada uno de los casos, el homenajeado no tuvo más que patria, defensa de la patria, ardor patriótico, nom de guerre, anécdotas de trinchera. Nada de su infancia. Nada de su trabajo. Nada de su legado. Nada de su futuro. Solo una vida encajonada entre dos colores primarios, pese a haberla dedicado a ensanchar el arcoíris de los demás. Tan triste.
Resultó llamativo. Me resultó llamativo. Resumir una existencia con una sola palabra solo sirve para abaratar las esquelas. Patria, además. Que es como decir dios, dinero, número. Cárcel. Que es como cegar las ventanas, quemar los libros, esconder los ahorros debajo del colchón y llamar a filas. Que es como enmarcar un cuadro para que no se vea que nos hemos salido de la raya con nuestros lápices de colores. Que se usa para elegir el tono de la alfombra y los motivos de una cenefa, el menú del día y el origen de las mentiras. Que se celebra los domingos cuando es la propia y se discute los lunes cuando es la de los otros, la de Trueba, la de Puigdemont, la de Fidel, la de Trump. Nada más que eso. Una división entre nosotros y vosotros, tan solo un renglón en las desinencias verbales. Ojos y espacios en blanco. Nada. Patria.
Lo sé porque la tuve. Tan inconsciente, tan irreflexiva, tan absurda, tan tatuada. Tan olvidada, al fin. Por eso al volver de aquel cumpleaños recordé que el mejor negocio de mi vida fue cambiar una bandera por una falda de largo alcance y la cadena de un reloj por un libro de cuentos. La falda escondía una piel blanca que se estremecía con el frío. Los cuentos escondían una orilla en cada mar. Dejé que fueran otros los que defendieran una patria, donde siempre luce el mismo sol, siempre se come el mismo plato, siempre se escucha la misma canción, siempre se maldice en un mismo idioma en nombre de todas las demás patrias, que en todos los casos miden mil quinientos pasos cuadrados y se reducen a una sola palabra. Patria. Nada.