12X10. #3 La ciencia del Bien y del Mal

El cine nace de su entorno. De la fábrica. De la estación. De la calle. No es más que una mirada escondida a plena vista. Y en la segunda década del siglo XX, el entorno está maldito. Pronto estallará la Gran Guerra. Y al reciente invento, reciente espectáculo y, en breve, reciente arte, no le costará nada morder del fruto del Árbol del Bien y del Mal. Tan humano. Unos años antes, en el Chicago de 1907, ha nacido la censura. Por la misma época, un grupo de judíos que han conseguido escapar de una Europa pobre y a punto de estallar comienzan a convertir el cine en un negocio. Con ellos, germina la Paramount, la Universal, la Fox, la Warner y la Metro Goldwin Mayer. En plena oscuridad de un invierno en Nueva York, a alguien se le ocurre trasladarse a la soleada California, a un pequeño asentamiento llamado Hollywood. El dinero comienza a fluir. En Italia se lo gastan en las primeras superproducciones que acabarán arruinando la industria local durante décadas.

Theda
Theda Bara. /IMDB.COM

El asombro crece tanto, se expande tan rápidamente por todo el planeta, que el periodista italiano Riccioto Canudo no duda en firmar un Manifiesto de las siete artes. La última incorporación es la máquina de los Lumière y sus prodigiosas posibilidades. Corre el año 1914. En Europa comienzan a tronar los cañones. Hacen falta superhéroes, y en Francia germinan los seriales, como el de Fantomas, de Louis Feuillade. Hacen falta héroes, como los vaqueros de Thomas Ince –quien tiene al primer guionista en nómina de la historia, Gardner Sullivan– que avanzan en la conquista del Oeste sin encontrarse con un solo indio, porque los han erradicado de la historia. Hacen falta villanos, y la forma más cómoda y atractiva de incorporarlos al cine es mediante las vamp, las mujeres fatales, las evas de la manzana prohibida. Mujeres que comienzan a emanciparse con abanderadas como Theda Bara. Desde Italia, pronto llegará también el ídolo que encandile al público femenino mientras los hombres afilan las bayonetas. Rodolfo Valentino es el elegido.

Pero la prueba más evidente de que el cine es tan humano como sus creadores se esconde tras la cámara de David Wark Griffith y de su operador, Billy Bitzer. El golpe definitivo de fortuna. El genio que aparta las aguas que unen al nuevo arte a la literatura o el teatro. El primero que se atreve a jugar con los planos, con el montaje, con la narración. Hay quien ve en sus películas el primer flashback, el primer plano medio, el montaje paralelo de dos acciones que transcurren al mismo tiempo. Hay quien dice que no inventa nada, pero que hace algo aún más importante, reunir todas las leyes en un solo catálogo de imágenes.

Griffith
Fotograma de ‘El nacimiento de una nación’, de David W. Griffith. / IMDB.COM

Con El nacimiento de una nación marca el destino de lo que aún ahora se puede ver en cualquier sala de cualquier ciudad del mundo. La Guerra Civil americana, el asesinato de Lincoln, la creación del Ku Klux Klan. Un argumento insoportable servido en un envoltorio imprescindible. La luz y la sombra en las mismas latas de celuloide. Una cinta impostora, racista y despreciable que, sin embargo, reordena el caos y hace que todo cobre sentido, desde entonces. Griffith tratará con su siguiente título, Intolerancia, de mitigar un tanto el discurso, aunque la maestría en una asignatura que todavía no existe seguirá intacta. El fogonazo le dejará seco y jamás volverá a rodar nada parecido. Pero el legado ya está servido.

Mientras, la otra orilla del Atlántico se enfanga en las trincheras. La muerte y la desolación viajan en tanque. Hace falta la risa y un tal Charles Chaplin va tratando de dar forma a un vagabundo con bombín, herencia reconocida del francés Max Linder, que se convertirá en el primer icono del cine. Hace falta rastrear el origen del Mal y el danés Benjamin Christensen se pone manos a la obra con un relato histórico sobre la brujería, Haxan. Para entonces, la guerra ha terminado. En la Alemania vencida, estudian de reojo el éxito de Hollywood y el sistema de estudios y el star-system en el que Mary Pickford o Lillian Gish se hacen de oro. Nace la UFA, la réplica germana de un modelo que apuntalará el espectáculo, con Ernst Lubitsch preparándose para brillar y, después, escapar del fortín propagandista que, en cierta medida, ha ayudado a construir.

Caligari
Imagen de ‘El gabinete del doctor Caligari’, de Robert Wiene. /IMDB.COM

El Mal no se ha rendido. Pronto nacerá otra pesadilla. Y para cuando concluye la década, germinará el primer brote de una vanguardia deslumbrante. Robert Wiene filma El gabinete del doctor Caligari y retuerce todos los sentidos. Como si la realidad se hubiera distorsionado. Como si la luz fuera solo un decorado. Como si el ser humano solo pudiera avanzar cuando encuentra el equilibrio justo entre los dos lados de la ley, del pecado, de la conciencia. Igual que el cine.

 

Películas (1910-1919)

  • Víctima de la quinina (Max Linder, 1911)
  • Cabiria (Pierro Fosco, ‘Pastrone‘, 1913)
  • Fantomas a la sombra de la guillotina (Louis Feuillade, 1913)
  • Charlot, camarero (Mabel Normand, 1914)
  • El nacimiento de una nación (David W. Griffith, 1915)
  • La marca del fuego (Cecil B. De Mille, 1915)
  • Intolerancia (David W. Griffith, 1916)
  • Haxan (Benjamin Christensen, 1918-21)
  • Yo acuso (Abel Gance, 1919)
  • El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1919)

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