Quizá no se trate tanto de sospechar de los méritos que los demás le atribuyen a uno. Quizá sea simplemente una pieza mal puesta, un desvío mínimo en el camino, un ladrillo de cartón. Esa sensación de que hay algo que no encaja. De desplazamiento infinitesimal en el tiempo en el espacio. Quizá Michelle Obama sienta de alguna manera que no debería hablar donde está, sonreír donde está, responder donde está, desperezarse donde está. Y probablemente perciba que la corrección sea mínima. Puede que no se trate de que todo lo que le sucede en la vida sea erróneo. Que esté usurpando una existencia ajena. Que se sienta como una impostora. Quizá habría intentado conseguir todo lo que se ha propuesto. Pero no es fácil quitarse la sensación de encima de que en algún momento, cruzó su maleta con la de al lado en un aeropuerto. La maleta de otra abogada negra salida del gueto que también se coronó en Princeton. Que también se casó con un joven político. Que también tuvo dos hijas. Que también desarrolló una carrera brillante y que también, en un futuro próximo, podría optar al inquilinato de la Casa Blanca. Exactamente igual. Pero diferente.
Dice Michelle Obama que siente que su éxito es inmerecido. Se tiende a encasillar este pellizco en un costado de la certeza en el Síndrome del Impostor. Un párrafo en el diccionario psicológico. Más frecuente en las mujeres, dicen las publicaciones científicas. Pero es que no conocemos el resultado de la suma total de los demás. No conocemos ni siquiera la suma total de nosotros mismos. Puede que la Michelle que se desvaneció en algún recodo de su trayectoria despertara la misma admiración entre sus allegados y desconocidos. Pero todos podemos llegar a sentir que en el puzle de mil piezas, hay 998 que están bien ubicadas. Y las otras dos dan una imagen verosímil. Pero que no se corresponde con la foto de la caja. Imperceptiblemente.
O quizá sea simplemente que no sabemos descifrar la visión que los demás tienen de nosotros. Quizá el error sea de interpretación. Quizá lo que alguna vez entendimos como un elogio no era más que una indiferencia amable. Y a partir de ahí, se crea un discurso que no corresponde con la realidad. Puede a lo mejor que todos seamos impostores y no lo aceptemos. Puede que algunos de nosotros estemos tan cargados de certezas que no seamos capaces de percibir el castillo de arena que tenemos delante. Puede que la mentira, el engaño y la impostura sean lo único que nos hace avanzar. Con esa sensación de estafa al por menor incapaz de paralizarnos. Puede hasta que Michelle Obama merezca todo lo que se ha ganado.