La muerte ya solo sirve para dejar espacio a los que vienen detrás, como un acopio de ropa que puede entregarse a quien más la necesita para habilitar una cajonera. O como vaciar la estantería de los libros que te regalaron las personas a las que no les importabas un pimiento. Ya ni siquiera vale para dar vida a los parterres, al menos en los países cálidos, donde está prohibido excavar el suelo para enterrar a un difunto, con la vida tan necesaria que nace de la fotosíntesis. Ya no es más que una puerta de recuerdos y una promesa cada vez más residual de eternidades surtidas. Ahora que ya ha perdido su guadaña y su capucha, ahora que ya no acecha desde su montura apocalíptica y que ni siquiera juega al ajedrez, podemos señalarla sin complejos. Y convenir sin miedo que es una hija de perra. Caprichosa, juguetona e inoportuna.
Han encontrado el cuerpo de Emiliano Sala, el futbolista argentino que murió cruzando el Canal de la Mancha en avioneta. Que es una muerte novelesca, un hito en la época de los pioneros, un misterio que acrecienta la figura literaria de Antoine de Saint-Exupéry, como si la historia de los escritores sirviera para elevar la grandeza de libros como El Principito. Pero que ahora, con un deportista de tan solo 28 años, recién traspasado a la Premier League inglesa desde su plataforma del Nantes, solo se puede usar para poco más que llenar titulares y marcar a su familia con una cicatriz imborrable. Cabe imaginar que Sala y el piloto de la nave fueron fulminados por un rayo en mitad del océano, antes de que se dieran cuenta de que aquel traqueteo de ventisca y oleaje les agarrotaba el terror en la garganta. Quizá el piloto había elegido su destino. Seguro que el futbolista habría preferido dilatar su despedida.
Te regala tu marido un viaje a París y explota la caldera de un restaurante justo delante de tu habitación de hotel. Acabas de estampar tu firma en un contrato nuevo y un temporal desguaza tu avioneta en pleno vuelo. Ni siquiera apagarte lentamente en la cama, con una edad avanzada, es fácil de asumir para quienes te rodean, pero hay veces que las circunstancias de la muerte rozan lo insoportable. Quizá sea que el progreso ha conseguido aplazar la rendición final al tiempo y los óxidos. Y ahora que ya no existe más que para recordarnos que es inevitable, la muerte tiene más oportunidades de representar su danza macabra. Es otra batalla que ha perdido. Con casos como el de Emiliano, no hace más que reafirmar que debemos vivir con toda la intensidad posible. No vaya a ser que le dé por jugar a deshoras.