Adolescencia

Tenemos tan poco control sobre nuestro funcionamiento, que nuestras instrucciones de uso solamente tienen una entrada, la de ponernos en marcha. El resto vamos aprendiéndolo sobre la marcha, a base de errores y caminos cortados, y ni siquiera podemos servir de ejemplo porque la combinación aleatoria de millones de células genera un número inasumible de posibilidades. Somos singulares por defecto. Así que, con cíclica periodicidad, aparecen conductas similares a las que seguimos tratando de dar solución sin conseguirlo. La última, a causa de un tétrico reto aparecido en internet y llamado Ballena Azul, la del suicidio de los adolescentes. Cincuenta pasos, cincuenta heridas, cincuenta sacrificios que acaban con la ofrenda de la vida del participante.Bañera

Coincide la alarma con la aparición de una serie de Netflix, Thirteen reasons why, basada en una novela de Jay Asher, en la que se desgranan los motivos por los que una adolescente decide matarse. Así, todos los canales que nutren de información a quienes están desprendiéndose de la pegajosa infancia, a quienes combaten la espesura de su futuro inmediato, a quienes acaban de comenzar a tener que comprender las cosas de otra manera, son un campo minado por el que ni siquiera sabemos transitar los adultos. Desde Brasil han lanzado un antídoto, la Ballena Rosa, que trata de convencer a los adolescentes de que la felicidad es el antónimo de la pesadumbre. Cincuenta promesas, cincuenta soles, cincuenta sonrisas, cincuenta frases de Coelho que tampoco sirven para nada. Porque la única vía para ser feliz es la resignación.

Ni siquiera los especialistas dan con la clave que se viene buscando desde que los homínidos encontraron el monolito de 2001. Sugieren pistas que pueden funcionar como un salvavidas en caso de tormenta, pero es imposible atravesar la adolescencia sin dolor. Es un salto al vacío que nadie ha pedido, un viaje en el tiempo fascinante, pero que siempre deja marcas al aterrizar. Un recuerdo imborrable pero que no tiene más sustancia que un dintel, un ascensor o el trayecto que nos separa de nuestro destino de vacaciones. Un agujero negro en el tiempo, el todo y la nada condensados en un instante. Existe la infancia. Después la madurez. Nada de lo aprendido, nada de lo aconsejado, nada de lo impuesto previamente tendrá validez durante la vorágine. Y sin embargo, nada de lo vivido hasta entonces perderá un ápice de su esencia. Porque lo único válido durante esa edad en la que aún no somos nada, en la que aún no sabemos lo que vamos a ser, es mantener la nariz un dedo por encima del agua. Y confiar en que el río baje tranquilo.

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