Cosas que no mueren

A C., que ni imagina cuánto me dice.

El mar no muere. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma, como los recuerdos. Los vampiros, los vampiros nunca mueren. Las flores de plástico, los juguetes perdidos y la estupidez humana tampoco mueren. La radiación de Chernóbil. Las cucarachas de Chernóbil. El silencio de Chernóbil. El gato de Schrödinger, aunque nunca se sabe. Las ideas peregrinas, las recetas de la abuela, las musas. Bueno, mueren las personas que alguna vez fueron musas, como Marianne Ihlen, pero no lo que inspiraron. No morirá So long, Marianne, no morirá Bird on the wire. Sobre todo, Bird on the wire. Sospecho que a Leonard Cohen también le llevará siglos morir del todo.

HierbamuroLos triángulos escalenos no mueren. El polvo, la injusticia y el universo en expansión, tampoco. Las bacterias congeladas no mueren. Acabamos de saber que sobreviven en renos mal enterrados en los hielos de Siberia, que despiertan con el mal aliento del ántrax y que pueden protagonizar más de un titular de los del periodismo que agonizará, tarde o temprano. Corrijo lo de los vampiros: los vampiros sí mueren, Drácula, jamás. La sangre en el ámbar, el deseo nunca correspondido, las letras del tango y el tiempo nunca mueren. Las víctimas no mueren. El rumor no muere. La sospecha, tampoco. Como el núcleo terrestre, las cucharadas de mayonesa, las variaciones de jazz y los domingos por la tarde, que nunca se acaban.

Los discos de los Beatles no mueren. El Revolver, que hoy cumple cincuenta años, no puede morir. Como mínimo, es imposible que desaparezca Tomorrow never knows. O las películas de Murnau. O la brisa de Levante. O las amistades a distancia. O ese vacío que queda. O la curiosidad, el hambre, las plantas que crecen en una grieta del asfalto y Tom Joad. Las tormentas de arena, los cementerios olvidados y la frase que siempre cuelga en la punta de la lengua tampoco mueren. Los personajes de los cuadros de Hopper. El final de Los Soprano. Tampoco, atención, spoiler, muere nunca Toni Soprano. La sal no muere. Los números naturales no mueren, como los decimales de pi. Y ahora que lo pienso, Eli, la vampiro de Déjame entrar, tampoco morirá.

El verano solo hiberna. Es el invierno el que acabará por desaparecer.

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