El hombre que se ganó estar allí

Muere Canito. Fotógrafo. El único que estaba en la plaza de Linares cuando murió Manolete. Y uno se pregunta qué hacían los demás. Dónde estaban todos aquel 29 de agosto de 1947, en pleno de verano de posguerra, aún sin vacaciones, aún con los cascotes de los bombardeos sin ordenar, aún con el hambre llevada al día y los silencios cosidos en la boca. Probablemente seguían otros pasos, el rastro de humo de los puros de Orson Welles, la berrea de Hemingway, el enésimo brindis de Ava Gardner. Probablemente discutían en El Pardo sobre el guante de Gilda, la derrota nazi y los planos del último pantano. Probablemente hacían lo que hacía todo el mundo en un país que estaba otra vez por hacer. Tenían hijos, acordaban los plazos de un pisito, soñaban con conducir un utilitario. Trataban de olvidar. Todo eso se lo ganó Canito aquel día en que fue el único fotógrafo que capturó la cornada de Islero. El día en que estuvo donde todos los demás tenían que haber estado. El día en que se hizo inmortal porque la muerte había negociado una exclusiva.

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Canito, en la Plaza de Toros de Alicante, a punto de cumplir cien años. / ROBERTO PÉREZ

Contaba Canito que aquel día fue a Linares porque Dominguín le debía dinero. Seguramente, algo tan común en España como la sopa de piel de patata, la penicilina de estraperlo y los sabañones de río. Una deuda mal pagada que le dio la vida. Como antes se la había dado escapar de su barrio natal, que ahora está a cinco minutos del centro pero que en 1912 debía estar tan lejos de la ciudad como las sábanas calientes de Ava. Como antes se la había dado fracasar como boxeador y no dar la talla como novillero. Como antes se la había dado tener que esconder sus ideas en el cuarto clandestino en el que descubrió que sabía mirar por el objetivo. Y disparar. No balas ni morteros, pero disparar. Y destapar así, casi sin querer, el fondo de escombros que languidecía al sol detrás de la mirada de Orson Welles, de Hemingway y de Ava Gardner, habitantes de otro planeta que enfilaron sus funestos destinos en un país de pobres sometido por un déspota acomplejado y bajito.

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Canito saluda a la terna en pleno paseíllo, en la Feria de San Juan de 2012. / ROBERTO PÉREZ

Muere Canito. Que aprendió a dar esquinazo al infortunio bien pronto. Que edificó su leyenda eternizándose en las ferias taurinas, en las que últimamente todo el mundo sospechaba que aquel año sería el último de Canito, como en los conciertos de los Rolling Stones. Pero que no se cansó de mirar, encuadrar y disparar. Hasta pasados los cien años. No fuera a ser que al otro lado de la cámara, en aquel mundo ya sin hambre, ya sin cascotes, ya con las afueras adosadas al centro, aquella noche que pasó bebiendo con Ava hasta más allá del amanecer jamás hubiera existido. Y él se la había ganado siendo el único que acudió a Linares el día en que Islero acuchilló a Manolete. Mientras todos los demás estaban a otra cosa.

2 comentarios en «El hombre que se ganó estar allí»

  1. La verdad es que no sabía casi nada, por no decir que nada, de Canito. explicas muy bien lo que hizo el mismo Canito.

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