Cuando fuimos Quini

A lo largo de su vida, uno ha querido ser muchas cosas. Médico, cuando eran los demás los que depositaban sus esperanzas en aquel pequeño miope de medio metro. Bandolero inglés, cuando iba dejando surcos en las páginas de Las aventuras de Dick Turpin, probablemente el libro que más veces he leído en mi vida. Base de los Lakers, cuando el freno de la adolescencia aún no me había dejado en los huesos. Escritor de origen extraescolar, pirata del Índico, director de cine cuando aún podía soñar con la edad de Orson Welles, cantante en horas sueltas, bibliotecario medieval, extranjero. Farero y náufrago, al mismo tiempo. Lector cíclico de La Odisea. Y finalmente, periodista, cuando el tren ya se ponía en marcha y yo apuraba las últimas bocanadas de un cigarro en el andén. Pero esta semana me ha devuelto la vocación original. Lo primero que quise ser en mi vida. Yo quise ser Quini.

Quini 1La muerte de Quini ha torpedeado para los integrantes de mi generación la endeble escultura de barro y recibos que nos empeñamos en modelar una vez que se nos acaba la infancia. De repente, todos hemos vuelto a los calcetines por la rodilla, los bocadillos de paté, los dientes de leche y el trigo aventado de la niñez, a los lunes de mona, a los partidillos en el patio, al compañero con ojo vago, a las excursiones a Fabraquer, que entonces estaba lejos, a las noches en que soñaba que volaba, a la moviola y los dos rombos, al Un, dos, tres y a los balonazos que podían tropezar en un bordillo y hacer volar la pelota hasta las vías del tren. Y, sobre todo, a nuestros padres, vivos o muertos, qque nos llevaban al Rico Pérez y que a su vez soñaban cada fin de semana con el ejemplo de aquella alineación del Sporting de Gijón que se sabían de carrerilla y que jamás pensaban que fueran a olvidar. Porque era fácil que los jugadores del Real Madrid protagonizaran películas yeyés. Y el Barça tenía a Serrat para inmortalizar a Kubala en sus canciones. Pero lo del Sporting era la fe, la épica y la leyenda del equipo pequeño con una sola oportunidad en la vida que ni siquiera tuvo la necesidad de aprovechar. Festejó hasta su ración de estrellato cuando Garci se acordó de él en Volver a empezar. Aunque ya no estaba Quini.

Quini 2Quini era el gol, que es al fútbol lo que el jazmín a los perfumes que huelen a jazmín. Era el carácter y la deportividad. Pero también era la referencia para unos padres que aún estaban en edad de enfundarse unos pantalones cortos y sudar la tinta de oficina y el pago de las facturas y los disgustos los martes por la tarde, en alguna cancha de alquiler. Esos padres que todavía tenían hijos que no eran médicos ni abogados, periodistas, ingenieros o estrellas del deporte. Que puede que no fueran lo que querían que fuéramos. Que eran como somos. Esos padres con quienes nos hemos fundido esta semana, con esa facilidad que tiene la nostalgia de mezclar la primera con la tercera persona. El singular con el plural. Y la realidad con aquellos deseos que no siempre se cumplían, pero que siempre acababan con El Molinón en pie, festejando los goles que Quini, nuestros padres o nosotros mismos habíamos sabido marcar.

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2 pensamientos sobre “Cuando fuimos Quini

  1. La marcha de Quini al otro lado del muro nos ha golpeado a todos los de entonces. Qué nostalgia porque en aquellos tiempos nadie había desaparecido aún de nuestras vidas y soñábamos con la inocencia de pensar que todo es para siempre.

    • Yo, más que nostalgia, hablaría de evocación. Pero, sin duda, la muerte de Quini ha sido dura, por la unánime sensación de que se ha ido uno de los nuestros. Y uno de los buenos.
      Gracias por tu comentario, Musetta. Bienvenida al Faro. Vuelve cuando quieras.

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