La única manera de luchar contra las dos caras del tópico de estas fiestas ya está inventada y es irrepetible. Se trata del Cuento de Navidad de Auggie Wren, ese milagro de Paul Auster que transcurre entre el espumillón y la melancolía, entre las bombillas de colores y la nieve gris, entre el chisporroteo del champán y las obligaciones familiares. Fuera de la historia del estanquero fotógrafo que interpretó Harvey Keitel en la película Smoke, solamente parecen existir Scrooge y Mickey Mouse. No hay término medio. La Navidad es Sísifo penando por la solana y Sísifo penando por la umbría. Es el cíclico reportaje de la uva embolsada del Vinalopó y el cíclico reportaje de las penurias de los desplazados. Es la lista de las mejores películas para estas fechas y la lista de las mejores películas para escapar de estas fechas. Es el inevitable repertorio de villancicos y la inevitable frase de que hasta Dylan sucumbió a un disco de villancicos. Es la suerte y la salud, el reno y el camello, ¡Qué bello es vivir! y Plácido, el cotillón y el sofá con manta, la presencia y la ausencia. Es la única prisión en la que el túnel de la fuga desemboca en la reclusión y el aislamiento. Ya seas culpable o inocente.
Solo existe una solución posible para ahuyentar los tópicos, que consiste en rebuscar en el microscopio las posibles diferencias existentes entre un año y otro. Y cruzar los dedos para que no puedan utilizarse como arma arrojadiza, como discusión de bar, como ese asunto del que no se habla en las cenas familiares. Este año, los rasgos distintivos se mueven en los terrenos de la Política, con el país inmerso en el consenso o la repetición de elecciones. Demasiado apasionantes, no sirven. Habrá que esperar que la casi incontestable Ciencia nos regale algo antes de Nochevieja. Aunque, como ha sucedido con la Luna llena de Nochebuena, eso es algo que no ocurre con frecuencia en diciembre. Salvo inocentadas.
Disfrutad de las luces de la Navidad. Regocijaos en las sombras de la Navidad. Aún queda fiesta. Ya queda menos.